En Gualeguaychú, la ciudad que se hizo famosa por sus carnavales superfiesteros y su tenaz resistencia a las papeleras, hay mucha gente que está sintiendo que les volcaron un baldazo de agua helada en la cabeza. Desde que se enteraron de que su obispo Jorge Lozano será trasladado el mes que viene para luego convertirse en el nuevo arzobispo de San Juan de Cuyo, no saben si el sucesor podrá llenar sus zapatos. Y están seguros de que extrañarán su trato de igual a igual, sus recorridas por los rincones y su estilo dialoguista de trabajar siempre en equipo. Así se lo hicieron saber a los enviados de DIARIO DE CUYO que viajaron hasta esa ciudad de Entre Ríos para ver desde adentro cómo actúa monseñor e intentar anticipar qué hará en suelo sanjuanino.

Lozano, de 61 años, se mueve rápido y cuesta seguirle el ritmo. Come, duerme, reza y hace base en la sede del obispado gualeguaychense, un imponente caserón de muchas habitaciones. Pero casi nunca está quieto. Todos los lunes viaja a Buenos Aires, ida y vuelta, para sus reuniones con la Pastoral Social que preside. Los martes, miércoles y jueves, resuelve asuntos de la diócesis, se junta con curas, da entrevistas a medios de todo el país y hace un seguimiento de todos los equipos de trabajo que dependen de él. De viernes a domingo, entonces, viaja. No para descansar, sino para recorrer en auto su diócesis, que abarca una superficie de 200 km por 200 km y unos 300.000 habitantes, entre Gualeguaychú y pueblos de alrededor.

En esas recorridas, que están entre las tareas preferidas de Lozano, visita los barrios más vulnerables, se contacta con los dirigentes sociales, almuerza con los párrocos y hace a pie los trayectos de barro de una ciudad donde llueve muy seguido.

Ese tipo de trabajo para conocer los problemas de la gente es lo que sus colaboradores llaman el ‘cuerpo a cuerpo’ del obispo. La expresión es repetida por muchas personas durante los 3 días que este diario pasa en territorio entrerriano. La usa, por ejemplo, la psicóloga Paula Angelini, quien admira a Lozano y trabaja bajo su línea en un hogar que crearon para la recuperación de las adicciones. También la usa Marisa Menta para describir el seguimiento sobre la situación social de cada estudiante del instituto superior que ella conduce y que también está bajo las órdenes de monseñor.

‘La gente de la Iglesia lo valora como obispo, y la gente de afuera de la Iglesia lo valora por su acercamiento a las problemáticas sociales pero sin avasallar, sino como una voz que propone’, dice sobre él José María Aguilar, rector del Seminario. ‘Lo que más voy a extrañar de él es su idea de equipo. Aunque el personalismo a veces permita soluciones más rápidas, él prefiere consensuar y que las soluciones sean más definitivas’, completa el cura y académico.

El Seminario es uno de los lugares donde más resonancia tuvo la noticia del traslado. ‘Uh, ese día que nos enteramos… ¡ardía Whatsapp!’, confiesa Catriel, un joven seminarista muy dicharachero que ahora se llenó de preguntas: está en los metros finales hacia su ordenación y no sabe cuándo habrá un obispo nuevo que lo nombre sacerdote.

En el día a día, Lozano toma muchas decisiones. Pero siempre pensando en el largo plazo. Para mantenerse bien, camina media hora promedio después de su siesta obligada y mantiene una buena alimentación. Salvo las frituras, come de todo. A veces se cocina él mismo y su especialidad son los pescados. Los sacerdotes que almuerzan con él en el obispado, al principio se quedaban sin saber bien qué hacer cuando lo veían levantarse, ir a la cocina y ponerse a lavar los platos de todos.

‘Yo estoy muy triste porque se va. Le tengo mucho cariño y me encanta cómo trata por igual a todo el mundo’, confiesa Cristina, la encargada de limpiar y planchar la ropa de Lozano dos veces por semana. A sus 48 años, viuda y con dos hijos, se aferró mucho a su jefe cuando murió su marido. Monseñor se convirtió entonces en su pilar espiritual absoluto.

Alejandra Benedetti, canciller del obispado y mano derecha imprescindible de Lozano, es tal vez quien mejor lo conoce y más comparte con él. A DIARIO DE CUYO lo recibió con un ‘ah, ustedes son los que vienen a chorearnos el obispo’, y lo despidió, muchos mates y bromas después, con una confesión: ‘Jorge es un padre en mi vida. Lo voy a extrañar, pero es una bendición para San Juan poder tenerlo’.