¡A qué velocidad pasamos a través del tiempo! Efímeros viajeros en una eternidad a la que rozamos apenas una trillonesima de segundo -un cálculo infinitesimal-, somos polvo de estrellas fugaces en el tiempo. Dentro de esa transitoriedad, el "yo” -abierta imagen de plasmación humana- aparece ligado al tiempo de vida, acusando hegemonía cronológica en el acaecer constante del individuo, es decir, le da empuje permanente en el ya, en el enseguida, en el después.
Determinando el curso de la existencia personal, el "yo” mantiene un ensamble activo entre sus adentros -coleto- y lo extraño: Resiste, excluye, rechaza o acepta el comportar ajeno, distribuyéndose en equivalencia con necesidad, oportunidad, y equilibrio. Esa primera persona del singular -indicio gramatical de liderazgo- mantiene el curso del proceder en una multiplicidad de tiempo, espacio y accionar, que encierra su adaptación a las circunstancias.
Dentro del "yo”, acondicionada por el alma, está "la voz de la conciencia”; aquí el "yo” se articula con el espíritu, sustentando una posición vigilante y alerta ante el error o el desvío. Para quienes escuchan esa voz, les es retribuida esa convicción mostrándoseles -desde el "yo”- la presencia de la verdad, no sólo como la percibida por el criterio -que es norma para conocerla-, sino igual como expresión de cotejo natural de las personas entre sí, para entrever los matices de las individualidades.
Impalpable, pero extremadamente vivo, cuando el "yo” se profundiza en sus diferentes aspectos de interioridad -introspección-, analiza sus valores auténticos, y su capacidad discerniente le permite llegar al estadio de sentirse "dueño de sí mismo”, con todo el alcance que el concepto tiene en el hombre elevado.
El "yo” es el sujeto humano en cuanto a persona, es la parte multifocal del individuo, mediante la cual se hace cargo de su propia identidad, y de su relación extrínseca. A pesar de influencias, medio, y costumbres, nadie puede sustituir nuestro "yo”; con su opuesto el "tú” -de otra naturaleza, pero colindante-, forma la única y prototípica representación ‘tú y yo” de las diferencias espíritu-estructurales entre persona y persona.
El "yo” es abarcativo en el terreno de la psiquis, por tanto, contemplativo de cualquier suceder anímico que enfrente el hombre. En ubicación de alcance, la psiquis puede estimarse como espíritu, esencia, mente o alma -todo convergente en el "yo”-, apreciaciones que indican un punto de vista psicológico, definitorio en la credibilidad de la persona, en su desenvolvimiento o intelecto – subjetivo – emocional.
La frase "alter ego” (otro yo) suele usarse para poner en dos dimensiones paralelas cierto talante del "yo”: "Fue mi alter ego”, se puede decir, pero,aunque hubiera desdoblamiento figurativo, como entendimiento de ubicuidad, el significado de ese giro latino no es ese. La expresión, original de Cicerón (Marco Tulio, político, orador romano, 106-43 a.G.) fue equivocadamente traducida del griego, como "mi otra personalidad”, siendo que el filósofo romano indicó "persona de mi absoluta confianza”. El macedonio Efestión fue el favorito y confidente de Alejandro Magno (s.IVaC), y tanto, que este le erigió ‘un monumento y lo deifico”. De ello podemos decir con certeza: Efestión era el "alter ego” de Alejandro el Grande.
Por su presencia omnímoda, el "yo” debería ser visto como sinónimo de equidad, pero su factible deterioro, producido, inducido o compelido por su pertenencia a una humana temporalidad, lo hace entrar en el terreno de los yerros, particular espacio compartido con los desatinos.
(*) Escritor.
