¿Qué habrá sido de aquella sana intención de preservar por ley los trazos gruesos de la Fiesta del Sol?
Habrá sufrido el destino que suelen tener las ideas -las buenas y las malas- de este país. Llegar sólo a ser enunciadas y caer en una telaraña burocrática para ser tramitadas y hasta para ser cumplidas.
Pero hace falta. Alguna vez Dante Elizondo anunció un debate parlamentario para entronizar los diez mandamientos de la fiesta y que nadie los toque: fechas, lugar, formatos. Sólo así, entendió con la experiencia de conocer las fiestas que funcionan, podrá ser previsible el encuentro y constante el camino para enriquecerla.
La edición de este año tuvo muchas más luces que sombras, y eso fue un gran paso adelante. No porque lo señale algún agraciado desde el living de su casa, sino porque la respuesta de la gente fue hasta desbordante y la sensación posterior es la de haber asistido a un encuentro jerarquizado.
Igual, hace falta repasar las dos listas, la de los éxitos y especialmente la de los naufragios, para que la fuerte inversión de fondos públicos disponga de una argumentación inapelable. Allí aparece radiante la necesidad de que aquella promesa de ley, si es que alguna vez se concreta, contenga una palabra subrayada con resaltador: el Sol, el alma mater del encuentro.
No es que se proponga que la fiesta transcurra de día para honrarlo mejor, un horario contranatura especialmente en febrero. Sí, al menos, que se convierta en un objeto sobre el que pueda pivotear la temática del espectáculo final, tan lleno de colores y de esfuerzo como de contenido difuso.
El colosal montaje en el autódromo fue el principal revelador de una fiesta joven, a la cual aún le falta afirmar su identidad. Mezcló momentos épicos con otros tediosos. Y siguió siendo, como en anteriores ocasiones, un pegote de asuntos puestos uno al lado del otro antes que disponer de una línea argumental sobre la cual hacer girar el arte.
Le pasó eso a la fiesta los dos últimos años y también le ocurrió en este. Sus diseñadores aparecieron con demasiado celo puesto en dejar contentas a todas las extracciones sociales presentes en la fiesta, algo que pudo quedar claro con la soberbia presencia de Viviana Castro y las 100 guitarras, seguida por un cuadro de cuarteto. O la irrupción de los campeones de hockey que fueron de lo más aplaudido de la noche y formaron un marco visual impecable, pero con un destino más dirigido a movilizar a la popu que a realzar por medio del contenido artístico alguna riqueza local. Como la uva de la Vendimia, o nuestro Sol.
Susana Giménez habrá codeado más de una vez al gobernador Gioja y a su esposa Rosa, a uno y otro lado suyo. Y lo habrá hecho preguntando de qué se trata tal o cual cosa, ante la catarata de mensajes orientados más al consumo local -Martinazzo, Amable Jones, Emar Acosta, Ansilta, Camalú, Bonanno- que a la "exportación" del contenido. Si la pretensión es aleccionar al país sobre quiénes son ellos, la idea nace y muere es una edición sin chances de insistir sobre lo mismo en 2010 y sin chances de encontrar otros años a algo tan trascendente como aquellos. Y si es montar una fiesta para ser disfrutada de entrecasa, irá a contramano del gran esfuerzo que hizo el gobierno por captar la atención de todo el país para atraer visitantes.
Aún así, la gente de la provincia aprobó con creces la fiesta, se sintió identificada a pleno y la ubicó indudablemente entre la mejor de la serie iniciada hace dos años en el Zonda. Pudo ver mucha capacidad y esfuerzo en la puesta en escena, una faceta muy mejorada que en anteriores adiciones. Todo prolijito de la mano de aspectos técnicos deslumbrantes. Unos por obra y gracia de un generoso presupuesto, como el vestuario, el sonido y la iluminación. Y otros por la capacidad de nuestros artistas como la coreografía montada por Gerardo Lecich y, especialmente, la producción musical a cargo de un impecable Rolo García Gómez. Esa versión jazzeada de la cueca Corazón de Saúl Quiroga quedará guardada para siempre. Mención especial para el dúo Pelaytay-Rojas o los Inti Huama.
Habrá que buscarle a eso un eje claro -¿será el Sol, como en Mendoza es la Vendimia?- para que el rejunte de hechos históricos bordados por un hilo conductor como en este caso fue el cóndor, no conduzca en el corto plazo al brete de que simplemente se agoten esos hechos históricos. Y mejorar algunos aspectos laterales relacionados con la manera como se vio fuera del autódromo: la televisación se perdió algunos momentos clave -Canal 7 transmitió la Bendición de los Frutos desde San Rafael en lugar de la Fiesta del Sol-, la traductora al lenguaje para sordos no se vio y los cuadros merecían alguna información adicional. Además de la entrada y la salida: dos horas en auto parece demasiado, como lo atestiguan decenas de capots levantados.
De la magnificencia de la fiesta habrá que pasar a la modesta exposición para encontrar el costado más flaco de esta edición. Se lo vio enojado a Dante Elizondo por el escaso apoyo de las empresas locales para lo que se supone que es el pico máximo de las exposiciones y fiestas en la provincia. Y tenía razón: las carpas más atractivas fueron de organismos oficiales como el Ministerio de la Producción y la AFIP.
Quedó grande el predio ferial. Y tan desairado se mostró Elizondo, que dio un ultimátum: dijo que para las próximas ediciones habrá un replanteo sobre la naturaleza misma del evento, si es que el sector privado sigue sin interesarse. Deberá pensar, probablemente contra su voluntad, en cambiar la naturaleza agroindustrial como fue planteada a algo cada vez más vinculado con el show.
Del lado de los aciertos, sobresale entre tantos la presencia de Susana Giménez, una alta inversión que se amortizó incluso antes de que llegara la diva, cuando el infortunio personal -la muerte de un allegado- la convirtió en presa de los medios nacionales y hasta mundiales (¡¡La invitó Chávez!!).
Si bien traccionan, no es precisamente los billetes lo que impulsan las acciones de la diva. Una fiesta más o menos no mueve el amperímetro de su economía doméstica, pero ella mostró un profesionalismo a prueba de balas desde la conferencia hasta el día de la fiesta. Y fue, al fin y al cabo, el gran factor de difusión nacional.
Queda observar ahora cómo será el informe final de los recursos públicos que demandó la fiesta. Hasta ahora no hubo información oficial respecto de los gastos y eso es peligroso porque esas ausencias son siempre reemplazadas por los rumores. El pago a la propia Susana -y de todos los artistas- es una nebulosa de versiones varias que hace falta saldar con transparencia.
Hay dos cosas en las que debe trabajar la comunicación oficial: que los artistas están trabajando y cobran por eso, y que este tipo de fiestas siempre cuestan dinero a los gobiernos. Mendoza dispone desde hace años un presupuesto previo y realiza una prolija rendición de cuentas para la Vendimia. Del primero al último saben que alguien tiene que pagar la cuenta y ese alguien es el Estado, favorecido luego por proveer identidad a su gente y actividad económica a su comercio.
Sin mezclar las cosas, y eso que allí también hay viñateros que se quejan por el bajo precio de la uva.
