El Sol empezó a pegar fuerte y los colectivos de larga distancia comenzaron a pasar a su lado con cada vez más frecuencia. Casi rozando la banquina, sus rodillas avanzaron lento, pero sin descanso. Sin emitir una palabra, ni una queja, Jorge Arenas (49) avanzó por la calle que conduce al santuario de San Expedito, que está en Bermejo. Pero no lo hizo caminando, sino arrodillado. Fue ese sacrificio el que el hombre eligió (con rodilleras puestas) para agradecer al santo de las causas urgentes la rápida recuperación de su padre, tras un serio problema de salud. Pero además fue a pedir que la gente sea más solidaria y las familias se unan. Jorge fue uno de los miles de promesantes que llegaron ayer a uno de los lugares religiosos que más gente convocan en la provincia. Fue para conmemorar el Día de San Expedito.

Con el rostro rojo de cansancio y algunas gotas de transpiración que empezaron a atravesar su frente, Jorge se animó a hablar para contar su historia. "Mi padre estaba grave y tuvieron que operarlo. Le pedí a San Expedito por su recuperación y ahora vengo a cumplir la promesa. Ahora él está bien. Es la primera vez que hago una cosa así", dijo el hombre que llegó ayer por la madrugada a San Juan. El hombre es oriundo de Mendoza, pero contó que es muy devoto de San Expedito y de la Difunta Correa. Sus viajes a esta provincia tienen que ver con actos de fe. "Esta es la primera vez que hago un viaje sin tiempo. No me importa a qué hora llegaré al santuario. De lo único que estoy seguro es que cumpliré mi promesa", aseguró Jorge.

Durante la jornada de ayer, este fue el promesante que más llamó la atención de la gente que estaba en el lugar. Jorge empezó su travesía de rodillas a las 7 de la mañana y llegó al santuario pasado el mediodía. El punto de partida que eligió fue justo la intersección de la calle de ingreso al pueblo y la ruta 510. Recorrió unos 10 kilómetros que asfaltaron hace un par de años y cuyo pavimento se inauguró para una fiesta patronal del santo. El peregrinar del mendocino no pasó desapercibido para nadie. Algunos chicos que estaban en la escuela aprovecharon el recreo para mirar, a través del alambrado, cómo el promesante intentaba avanzar arrodillado. Mientras tanto, una mujer que estaba apostada en uno de los puestos de venta de estampitas se arrimó y le dio un vaso con gaseosa.

El último tramo no fue fácil de sortear. Al cansancio y el calor se le sumó la gran cantidad de gente que deambulaba por la calle principal del pueblo. El objetivo de Jorge era ingresar al templo, tocar la imagen de San Expedito y rezar una oración a modo de agradecimiento. Una vez que su travesía concluyó, el hombre regresó a Mendoza junto a su esposa, la única persona que lo acompañó a cumplir su promesa.