La apetencia es un movimiento natural que inclina al hombre a desear algo, y ese deseo puede señalarse como sentido radical de vida. En general, se tiende a buscar "lo mejor", aquello que, agradando, cumple función subsistente: elevar la aspiración para concretarla en un estado de bienestar estable, reflejo de actitudes propias de una completez interior. El filósofo alemán Priedrich Hegel (1770-1831) -que no aceptaba al placer como máxima aspiración del existir- decía que "feliz es aquel que ha adecuado su existencia a su carácter, voluntad y arbitrio especiales, y de esa manera se goza a sí mismo en su sustantividad". Gozarse a sí mismo es llegar a una íntima complacencia, un estado donde el placer está presente como fruición espiritual, en una deleitosa percepción de la vida.
Las doctrinas filosóficas que contemplan al placer como "el fin supremo de la vida", llevan la particular denominación de "hedonismo", que colateralmente implica la supresión del dolor y de las angustias por persuación propia, es decir, un dirigimiento consciente dentro de sí mismo. "Hedonismo" proviene del griego "hedone", que significa ‘placer", tomado éste como un goce exaltado.
En lo contemporáneo, el filósofo francés Michel Onfray es proponente del hedonismo "idealizado", opuesto al hedonismo "vulgar", representado este último por quienes hacen elogio de la (su) riqueza, del tener (poseer), de la disipación de todo lo que proporciona placer material.
En vez de ese ostentar, el hedonismo idealizado no pasa por el materialismo del dinero y sus implicancias, y sí constituye una verdadera compaginación en el proceder del individuo. Onfray lo define como una presencia real en el mundo, un ‘hegeliano" disfrute jubiloso de la existencia, y considera a las pasiones y pulsiones -potencias psíquicas de empuje- como dañinas subyacencias, que deben rechazarse en una actitud práctica y voluntariosa.
En los siglos XVIII y XIX, los filósofos británicos Jeremy Benthan, James Mili y John Stuart Mili universalizaron el concepto de hedonismo, especificándolo como "utilitarismo", en base al criterio de que "lo bueno es lo útil", entendiendo por útil aquello que proporciona felicidad a mayor número de personas: la utilidad como principio de la moral social, en base a lo individual.
Las dos escuelas clásicas del hedonismo en la Grecia antigua (s.IV AC) fueron la "cirenáica" y la "epicúrea", sostenidas por los filósofos Aristipo de Cirene y Epicuro de Samos. El primero sostenía que los deseos personales se debían satisfacer de inmediato, sin importar los intereses de los demás: ese teorizar fue considerado irracional, contrapuesto a la proposición de Epicuro, considerada racional. Este filósofo sostenía que la felicidad consiste en vivir de continuo en forma placentera, concibiendo al placer como algo que excita los sentidos, pero, agregaba, sin dejar de lado la razón. Esta aparente antinomia conceptual fue largamente discutida entre espiritualistas ortodoxos y sensualistas iniciados.
Intrínsecamente, y abarcando distintas concepciones, la ética hedonista es la consecuencia natural del sensualismo (superioridad del placer físico sobre el moral) unido al principio del egoísmo, "mi placer sobre todo", porque excluye la moderación en la búsqueda de tal fin. El placer más alto tiene naturaleza negativa, se lo señala como "ataraxia", una absoluta imperturbabilidad en ese estado.
El hedonismo, tomado como fundamento del comportamiento humano, estuvo siempre presente en la historia del pensamiento. Los empiristas británicos Thomas Hobbes, John Locke y David Homes (basados en la aseveración del valor del conocimiento que se adquiere por la experiencia) integraron el hedonismo a su filosofía, pero haciéndolo de manera matizada, nunca extrema, graduando con discreción -y miramiento, si se quiere- sus conceptos y alcances. De cualquier forma, casi todos los grandes filósofos, como Platón, Aristóteles, Sócrates, Kant, Hegel, y otros, se opusieron frontalmente a las tesis hedonistas.
Como evaluación apreciativa y deductiva de la proveniencia del placer en sí, del principio anímico-biológico de su origen, de la búsqueda de su sentido o porqué, es dable advertir que la naturaleza, el instinto, el discernimiento, la fuerza del anhelo, y la razón, cuentan como verdaderos móviles.
(*) Escritor.
