En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: ‘Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: ‘Está escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre”. Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: ‘Te daré el poder y la gloria de todo eso. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Jesús le contestó: ‘Está escrito: ‘Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto”. Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: ‘Si eres hijo de Dios, tírate de aquí abajo”. Jesús le contestó: ‘Está escrito: ‘No tentarás al Señor, tu Dios”. Completadas las tentaciones, el demonio se marchó (Lc 4,1-13).
El miércoles pasado iniciamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, con la imposición de la ceniza sobre nuestra cabeza. Ese ‘austero símbolo”, como lo define la fórmula de bendición de la misma, debería ser signo de la conversión que baja de la cabeza a los pies. La conversión es una divina seducción, mientras que la tentación es una diabólica proposición. No basta sólo con pensar, sino que hay que pasar al actuar: mover los pies para dirigirse a quienes tienen necesidad de nuestras obras de misericordia corporales y espirituales. Lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría. En los evangélicos, la narración de las tentaciones asume un valor programático que abarca todo el ministerio de Jesús y su significado salvífico a la luz de toda la historia de la salvación. Existen dos modos opuestos de ser hijo (‘Si tú eres Hijo”), uno diabólico y otro divino. Uno crea un sistema de relaciones de violencia y de muerte, el otro de ternura y vida. Mientras Marcos acentúa el aspecto de Jesús como nuevo Adán y Mateo el de nuevo Israel, Lucas presenta a Cristo en su victoria pascual sobre el enemigo Satanás. Las tentaciones constituyen el tejido de la vida cotidiana cristiana. Tienen un valor positivo: son señal de que uno está en el mundo, pero no es del mundo y pertenece a Cristo el Señor (cf. Hb 12,8; 1 Pe 1,6; 2 Cor 12,10). Las tentaciones tienen como incentivo las tres hambres fundamentales del hombre, en relación respectivamente con el tener, el poder y el placer. El poseer antes que el ser. El realce del poder que lleva al descarte de la debilidad. El placer por encima de la felicidad. El gran sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en su obra ‘La sociedad individualizada” (2000), señala una gran verdad: ‘En la nueva estética del consumo, las clases que concentran las riquezas pasan a ser objetos de adoración, y los ‘nuevos pobres’ son aquellos que son incapaces de acceder al consumo y por eso descartados”. ¡Cuánta ambición y tentación de poder en no pocos! Cuando el poder del amor supere al amor por el poder, el mundo conocerá la paz. Habría que aprender del proverbio galés: ‘El que quiera ser líder con poder deberá ser puente para comprender”, porque el poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado, o estalla. Por algo el historiador romano Tácito (55-115) decía que ‘para quienes ambicionan el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio”. Convertirse implica distinguir entre placer y felicidad. El primero es fisiológico y la segunda es espiritual. La felicidad es un estado interior que no depende de la situación sino de la disposición.
El Señor no se cansa de llamar a la puerta del hombre en contextos sociales y culturales que parecen devorados por la secularización, como le ha sucedido al ruso ortodoxo Pável Florenskij (1882-1937). Después de una educación completamente agnóstica, hasta el punto de sentir verdadera hostilidad hacia las enseñanzas religiosas impartidas en la escuela, termina exclamando: ‘¡No, no se puede vivir sin Dios!”, y cambia completamente su vida, para convertirse en sacerdote. Pienso también en la figura Etty Hillesum (1914-1943), una joven holandesa de origen hebreo que murió en Auschwitz. Inicialmente lejana de Dios, lo descubre mirando profundamente dentro de sí misma y escribe: ‘Un pozo muy profundo está dentro de mí. Y Dios está en ese pozo. A veces consigo alcanzarlo, pero a menudo piedra y arena lo cubre: por tanto Dios está sepultado. Es necesario desenterrarlo de nuevo”. En su vida dispersa e inquieta, encuentra a Dios precisamente en medio de la tragedia del siglo XX, la ‘Shoah’. Esta joven frágil e insatisfecha, transfigurada por la fe, se transforma en una mujer llena de caridad y de paz interior, capaz de afirmar: ‘Vivo constantemente en intimad con Dios”. Cuaresma es tiempo propicio para discernir y decidir.
