Domingo Faustino Sarmiento, recién electo presidente, en ocasión de su arribo a nuestro país desde Estados Unidos en septiembre de 1868, pronunció un emocionante discurso ante un considerable número de niños y docentes que lo fueron a recibir, el que está contenido en la obra "D. F. Sarmiento. Discursos Populares, Tomo XXI, O.C., pág. 243-248”.

El ilustre sanjuanino expresó: "Aunque desde ayer tenía conocimiento de que esta manifestación debía efectuarse, no he podido en toda la noche pensar las palabras que habría de dirigiros, porque estaba bajo la impresión de emociones demasiado fuertes. Las palabras no pueden seguir las palpitaciones del corazón. Sin embargo siempre podré decir a ustedes algo, porque estoy en mi terreno, me reconozco entre mis amigos, y puedo hablaros con la franqueza de un hombre de corazón que sólo dice lo que siente".

El pueblo de Buenos Aires me ha hecho ayer una manifestación que bastaría para enorgullecer a cualquier hombre de la tierra; sin embargo, esa manifestación puede hacerse a veinte personas más en Buenos Aires, en la República Argentina, en la América española, que la merecen más que yo. Pero la manifestación de los preceptores y de los niños de las escuelas no es igual. Esta es puramente mía, esta no la cedo a nadie; porque me pertenece exclusivamente, porque es el resultado de mi obra de treinta años.

Al principio de la lucha electoral que ha concluido, un diario de esta ciudad, combatiéndome decía: ¿Qué nos traerá Sarmiento de los Estados Unidos, si es electo Presidente?, y él mismo se contestaba: "¡Escuelas!, ¡nada más que escuelas!". Un joven decía en una cuestión de votos: "que los votantes de Buenos Aires no sabían escribir".

Estas son dos verdades, señores, recuerdo estas palabras sin resentimiento. Después de una experiencia de treinta años, en que he estado en la prensa, en el destierro, en el poder, se me han dicho tantas cosas, que tengo una cáscara de hierro sobre mi cuerpo. Ya no me hieren los ataques de mis adversarios. Yo también he sido escritor, y algunos escritos míos han abierto hondas heridas. En el fervor de la lucha de los partidos, en los momentos del combate, se esgrime como argumentos convincentes, todo lo que puede dañar; pero estos ataques no dañan al hombre honrado.

Como ejemplo puedo citar a ustedes el presente. Yo he sido insultado y calumniado en todos lados, aquí menos que en Chile, donde a los epítetos ordinarios, se agregaba el de extranjero: y, sin embargo, los pueblos argentinos me han elegido su Presidente.

…Cuando aquel diario decía que yo no traería de Estados Unidos sino escuelas, decía la verdad, porque vengo de un país, señores, donde la educación lo es todo, donde la educación ha conseguido establecer la verdadera democracia, igualando las razas y clases. Nosotros necesitamos escuelas, porque ellas son la base de todo gobierno republicano.

Lo que sucede entre nosotros con la educación, me recuerda un cuento popular que he oído en los EEUU y que voy a referir a ustedes: Un día vinieron a decir a una señora que la vida de su marido se veía amenazada porque lo había acometido un oso, y ella sin inmutarse, contestó: "Yo no me entrometo en los asuntos de mi marido, que él se las componga con el oso”.

Eso es lo que pasa en la República Argentina con la educación. Se dice que es necesario educar a los pueblos; pero los gobiernos contestan: no me meto con el oso.

Se dice que es necesario hacer del pobre gaucho un hombre útil a la sociedad, educándolo; y todos contestan: yo no me meto con el oso. Pero es necesario ¡meternos con el oso! para que el pueblo argentino sea un verdadero pueblo democrático.

Ningún país del mundo está en peores condiciones, señores, que el nuestro para ser República; porque estamos divididos en aristócratas y plebeyos, y esa división es fruto de la educación mala que se da. Y este no es un mal peculiar a la República Argentina, sino de todas partes en la América.

…México es el caos; Venezuela vuelve a los tiempos de Rosas; de los demás Estados vosotros sabéis tanto como yo.

He oído la opinión del mundo sobre nosotros, sobre South América, y todos, todos desesperan de pueblos que después de medio siglo de convulsiones, hoy menos que nunca muestran elementos de organización.

…Para tener paz en la República Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no hayan vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales.

Vamos, pues, a constituir la democracia pura, y para esto, no cuento sólo con los maestros, sino con toda esa juventud que forma una generación entera, que me ayudará en la obra.

Para eso necesitamos hacer de toda la República una escuela. ¡Sí! una escuela donde todos aprendan, donde todos se ilustren y constituyan así un núcleo sólido que pueda sostener la verdadera democracia que hace la felicidad de las repúblicas.”