Hoy les quiero hablar de una persona especial, casi tan especial como mi madre, pero que era mi abuela: doña "Nacha”. Ella fue un pilar importante en la vida de mamá. Vivía en el campo, tuvo dieciséis hijos, los cuales crió gracias a su esfuerzo, pues ella se dedicaba a coser ropa, a ovillar lana de oveja para luego convertirla en hermosas colchas, hacía empanadas, y con la platita que obtenía les daba alimento, vestimenta y educación a sus hijos. 

Su casa era un caserón de los de antes con cocina a leña. Un patio grande rodeado de álamos donde separado por alambres tenía todo tipo de animales: gallinas, patos, conejos, chanchos, carneros. En otro lado tenía la chacra donde plantaba todo lo que era necesario para la alimentación y a un costado el horno de barro. 

Fue criando a sus hijos y los fue enviando a la ciudad a trabajar. Mi madre fue la mayor de ellos y una de las primeras en separarse del grupo para buscar trabajo como empleada domestica y empezar a ayudar a su madre. 

Así la siguieron los otros. El hijo mayor llegó hasta el Sur donde formó su hogar y así uno iba cobijando al otro hasta que cada uno formó su familia. Sólo una hermana formó su hogar cerca de la abuela.  

Mujer ruda, noble, generosa, luchadora, digna de tomar como ejemplo, era el pilar principal de la familia. La vida continuó y cómo será el amor y agradecimiento de sus hijos para ella, que parte de lo que ganaban acá trabajando, era enviado en una encomienda que llevaba parte en plata y el resto en mercadería y accesorios para que ayudara a los otros que aún eran chicos, para alivianar las cargas como se decía en esa época. 

Y saben qué ella cuando viajaba a la ciudad no venía con las manos vacías, sino que amasaba pan, semitas, tabletas y hacía un "paquetito” para cada uno de sus hijos. ¿Y ni se imaginan lo que sucedía cuando ella llegaba a la ciudad?