Un dulce de membrillos inigualable, un arroz con leche delicioso, unos pestiños aromáticos y tradicionales, solo por citar algunos ejemplos. En ese entonces Nora, iba de curso en curso en la Escuela Industrial dando clases de Matemática, entonces tenía poco tiempo para imitar a su mamá, la señora que hasta los 80 años les dio todos los gustos gastronómicos "habidos y por haber” a todos los integrantes de la familia. Mientras que la nieta, todavía en esos años en edad secundaria, se relamía y disfrutaba del simple hecho de poder compartir con ella todos sus secretos de cocina.
Pasaron los años y Nora añora ese cuaderno que perdió en una mudanza que la llevó a vivir por unos meses con su familia a Brasil, hace ya un tiempo atrás. Natalia, en cambio, lejos de lamentarse, se animó, hace poco, a seguir los pasos de su abuela. Está en un proceso de recopilación de esas recetas que son parte de su historia: fundamentalmente las que le dictó esa mujer tan especial en tantas horas de cuidado y cariño durante su infancia y adolescencia, más otras que alguna vez probó de la mano de sus primos, sus amigos y los integrantes de su familia política, los Monserrat. Claro que no quiere ningún paso a paso para guardarlo en un "baúl de recuerdos”. Es que ella heredó no sólo la pasión y la dedicación por la cocina, sino la generosidad de la abuela materna. Quizás, por eso, Natalia ya va por la edición del tercer mini-recetario, en el que hay decenas de recetas seleccionadas, que comparte gentilmente con quienes llegan al negocio de la familia de su marido buscando dulces, conservas y frutos secos (ver El dato).
"Descubrí que una receta, una comida, algo rico, conectan con los sentimientos y con la memoria emotiva, pero también con la esencia de quién uno es. Todavía tengo guardados en algún lugar del corazón todos los olores y sabores de la casa de mi abuela que falleció hace 10 años. Por eso, de algún modo, decidí reflotar todas las recetas que preparé y probé de su mano. Para que no se pierdan, para que no se olviden y para que alguien las continúe. Y es algo mágico. A través de estos recetarios me di cuenta que a mucha gente le pasa lo mismo. Cuando les cuento brevemente la historia de los recetarios, muchos se emocionan recordando las comidas de sus abuelas y sus madres”, cuenta Natalia que también es mamá, de Federica (5) y Luisina (3).
Herencia cocida a fuego lento
La abuela Herminia nació en San Juan, al igual que 8 de sus hermanos, ya que uno sólo fue inscripto en Tucumán. En total eran 10 los hijos de Francisca Callejón y Antonio Guidet, quienes dejaron el pueblo de Almuñécar, en las cercanías de Nerja, España, después de la postguerra Civil. Habían venido a la Argentina esperanzados en un futuro promisorio y un poco de paz, tras el llamado de una tía que la mujer tenía en el "Jardín de la República”. El matrimonio podría haberse quedado allí a formar una familia pero el clima fue adverso para Francisca, quien contrajo paludismo. Siguiendo las recomendaciones médicas de elegir un lugar más seco llegaron a San Juan. Y aquí el panorama fue diferente: el abuelo Antonio consiguió trabajo (qué casualmente fue en la cervecería San Juan) y ya nunca más se fueron. Ni siquiera porque el terremoto del "44 les arrancó para siempre a una de sus hijas de 20 años, gemela de Herminia.
Aquí Herminia se casó con Luis Bustos y tuvieron cuatro hijos: Luis (que vive en Brasil), Ricardo y las mellizas Nora y Norma. Además de 12 nietos, entre ellos, Natalia (la mayor de las hijas de Nora) y sus hermanas Analía (que a su vez aprendió de Herminia, los secretos de crochet), Cecilia (que como su abuela es una excelente lectora) y Carla (que heredó su gusto por el baile flamenco). A esa altura de la vida, Herminia cada vez cocinaba menos, no porque no siguiera disfrutando de lo que preparaba, sino para cuidar a su marido que padecía diabetes.
"Ya había fallecido mi padre y tuve la oportunidad de viajar a España a presentar un libro en un congreso en Sevilla. Fui con mi madre y de paso visitamos parientes. Allí nos dimos un gran gusto con la comida típicamente española, entre ella, los pestiños. A los pocos meses, tuvo la suerte de viajar mi hija Natalia. Y al visitar a los parientes, nuevamente le convidaron pestiños. Creo que fue muy fuerte para todas volver a probarlos. Al punto, que Natalia volvió entusiasmada con querer aprender la receta”, recuerda Nora, para quien ese viaje significó en la vida de su hija mayor, su punto de partida con la cocina. Natalia apenas si pasó algunos meses por un curso de pastelería, pero no lo pudo terminar por las responsabilidades de llevar adelante una familia, una casa y un negocio. De todos modos, es la que siempre prepara sorpresas ricas para sus sobrinos. Y como si fuera poco, ya estrenó tres inventos de su autoría que se venden como un dulce más de Profecía (uno de frutillas, uno de frutos rojos al Malbec y otro de ananá y pimienta de Jamaica, que ella inventó). Ahora sueña con tener su libro de recetas. Ya empezó. Los recetarios son una invitación a saborearse.
