Las rivalidades existen. Y vaya si están ahí. A flor de piel. A grito cantado. Salen desde el alma. Del corazón. Y más en el fútbol, un deporte popular que conoce de burlas, de revanchas, de rencores. Nadie va a descubrir nada si se dice que los argentinos futboleros -y los no tanto también- son archienemigos de los brasileños. Igual sentimiento profesan los brasileños para con los argentinos. Jueguen donde jueguen, Argentina y Brasil hacen su "campeonato aparte". Importa mucho que el equipo de uno llegue lo más alto posible pero también interesa -y bastante- que el "enemigo" sea vencido cuanto antes.
Por eso, allá por 1990, cuando el Pájaro Caniggia empujó al gol ese maravilloso pase de Diego Maradona y la Argentina eliminó a Brasil en octavos de final del Mundial de Italia, el goce argentino llegó a un punto máximo de éxtasis. No sólo seguíamos en carrera, sino que habíamos eliminado al Cuco de siempre. Ayer, con esta sorpresiva eliminación de la Verdeamarelha pasó lo mismo. La reacción argentina fue casi idéntica.
Acá, en Argentina, el día a día es un poco distinto por esto del Mundial. Pero allá, en Sudáfrica, ayer fue epicentro de un terremoto del fútbol. Cuando Robinho marcó el gol brasileño ante Holanda, acá en la Argentina como que a nadie le extrañó. Simplemente porque era Brasil. Estaba ganando el gran favorito y, pese a que muchos le prestaban atención a la tele, lo cotidiano continuó casi como si nada. La historia empezó a cambiar cuando Felipe Melo peinó esa pelota envenenada y venció a su compañero, el arquero Julio César. El partido quedó 1-1 y de nuevo todos los argentinos -además de admirarse con un dejo de felicidad- se "metieron’ en la pantalla para ver cómo seguía la cosa.
Y llegó el segundo de esta nueva "Naranja Mecánica". Y ahí sí todo fue gritos. Risas. Burlas. Repertorio argentino, por supuesto. Y emoción hasta el final. Porque Brasil se estaba quedando afuera. Aquel nacido por éstos pagos no puede negar haber sentido todas esas sensaciones juntas. Porque el partido terminó y hasta hubo puños en alto por la victoria holandesa.
Festejaron. Se abrazaron. Se burlaron por los rostros desencajados de los hinchas brasileños. Sin malicia, porque el folklore futbolero admite éstas cosas. Porque nadie rompe los códigos si goza de la desgracia ajena. Más si es del archirival. Del enemigo número 1. Entonces, los cafés, los comercios con televisión en sus frentes, los hogares, las escuelas, la calle toda le dio rienda suelta a su alegría. Hasta hoy, a las 11, serán 24 horas enteritas de felicidad. Los nervios volverán cuando tengamos a los alemanes enfrente, pero nadie le podrá quitar a ningún corazón argentino el dormirse feliz. El haber pasado una noche de algarabía plena porque Brasil ya no será campeón.
Y bueno, si hasta es comprensible. Brasil no perderá sus pergaminos por esta eliminación. Argentina no tendrá más oro por ganarle a otro que no sea Brasil en esa final soñada por todos que ya no se dará. Inclusive, los argentinos, hasta podemos pegar la vuelta si perdemos con los alemanes. Pero desde ayer ya no es lo mismo. Ya no pegará tanto en el corazón esa eliminación. Es que está afuera Brasil y sólo eso ya es motivo de gozo. Si hasta hoy podemos pegar la vuelta si los alemanes nos ganan. Eso sí, a los brasileños, como dice el cuento, les hicieron "dunga dunga" y eso nadie se lo olvida…
