Un contrasentido ha envuelto siempre, de generación en generación, el criterio sobre la verdad. Los modos y formas de concebirla, disímiles por supuesto, generaron conductas desde un extremo a otro en el marco inmenso de la posibilidad de acción en referencia a un pensamiento que previamente intelectualizado dio lugar a una determinada concepción.

En el análisis profundo de esta noble expresión sublime, rectora del pensamiento humano en la dinámica movilizadora entre la unidad de concepción y de acción que cada cual esgrime como verdad en el espacio existencial de su propio tiempo, concluye otorgando significación a la denominada "verdad universal” que se relativiza inmediatamente. A ese sitio de la verdad no llegamos para instalarnos cómodamente ni en forma definitiva porque en ese estado abundan elementos que le hacen revocable, con sobradas alternativas que la transforman en provisoria. Pretender que esto se entienda no es fácil, y menos aún, que este concepto una vez asimilado encuentre el camino fértil para que se extienda. En este punto nace desde la lógica humana el concepto de que "la verdad es relativa; sólo Dios es absoluto”, más allá de los términos a que dé lugar.

Los argentinos, más amigos de la "queja” que del esfuerzo, necesitamos de un estado de reflexión profunda que nos permita vernos, mirarnos en el otro, para aceptarle con su idea, porque es la forma de contribuir a la organización social más firme, que es aquélla que enlaza los pensamientos divergentes en el camino común. Es necesario porque la gobernabilidad requiere del diálogo urgente, pero a partir de concebir como parte del método que la verdad no la define el número, es decir, no es conclusión de un proceso cuantitativo sino todo lo contrario, se infiere de procesos cualitativos de la inteligencia humana, de la elaboración del pensamiento en su propia lógica y la funcionalidad intelectual que la hará asequible y asimilable.

La verdad no es patrimonio de unos pocos ni de muchos; tampoco lo es de iluminados ni de intelectuales ni se recibe gratis por gracia de la providencia. Concretamente, en la medida que libremente enfrentamos las ideas nos aproximamos a ese concepto de la perfección universal que anhelamos, cediendo y aceptando el intercambio de argumentos. En este caso particular de nuestra vida democrática, acosados por un determinismo absurdo que afecta la relación humana de la sociedad argentina, la razón se debilita cuando el autoritarismo hace presa al que gobierna y al gobernado. Si no lo consideramos una verdad inobjetable, en definitiva es una realidad incontrastable sin discusiones, ya que esta referencia surge de hechos que son públicos y notorios.

Los argentinos debemos reconstruir el diálogo -el gran ausente de nuestro tiempo-, si pretendemos entendernos en el fértil sendero del bien común, que se grafica imposible sin los consensos sociales. El peor de los enemigos es la piedra en el camino que impide la posibilidad de la exposición pública de razones, para que en nadie muera la idea que requiere ser refutada, ya sea para mejorarla conforme nuestras voluntades o para empeorarlas si nos perturba la incapacidad, pero a sabiendas que somos parte de ese intento.

Las voces echadas al viento, en la compleja Argentina colmada de desavenencias, no aúnan voluntades conscientes ni ayudan a reconstruir al hombre argentino. La álgida Argentina de la Plaza de todos, necesita que la expresión se canalice en una orgánica efectiva de la acción, como ese modo inherente al quehacer intelectual de Voltaire: "No comparto tu opinión, pero daría la vida por defender tu derecho a expresarla”.

"’EN ESTA aceleración de unos y otros, con velocidades inusitadas no sólo almorzamos la cena, sino que fagocitamos el devenir, afectando la esencia comunicacional que ha puesto en crisis el diálogo.”