Suele cambiar del día a la noche la apreciación que los ciudadanos argentinos tienen de sus dirigentes políticos. No hay que caminar demasiado para chocarse con alguno de ellos: allí están Cobos y Reutemann, hoy los dos dirigentes mejor valorados de todo el país, y sus recientes pasados sin pena ni gloria como gobernadores de Mendoza y Santa Fe, donde hay que decir que los extrañaron bien poco.
De la gloria a Devoto -o viceversa- en un dicho bien argentino. Lógico, si Devoto tiene sentido de prisión sólo entre estos límites. Pero más que un refrán, es una costumbre. Artistas, deportistas o intelectuales pasan impiadosos por esa moledora de carne, caen por el tobogán que baja desde las canonizaciones livianas a los desencantos profundos. O al revés.
Los políticos también. En esta nueva democracia no se cuentan presidentes que hubieran quedado excusados de esta montaña rusa. El primero, pasó de ser el canalla de Alfonsín a convertirse en Don Raúl, el dueño de la palmada de padre. Luego, Menem cayó al infierno del oprobio desde las alturas de los cielos a la que había sido rápidamente ascendido. Su sucesor De la Rúa tardó poco en sufrir la metamorfosis: pasó de la esperanza al inútil que nunca encontró la puerta de salida. Kirchner se inventó y se destruyó sólo y también siente el cosquilleo en la panza de este sube y baja.
Entre los que duraron sólo un rato, queda uno que estuvo un poco más. Eduardo Duhalde, el hombre que irrumpió como portador de la banda por una vía sorpresiva para él, que lo había intentado por medio de los votos y perdió de manera inapelable con De la Rúa y luego accedió por el designio del dedo índice parlamentario.
Llegó y se fue Duhalde envuelto en una estima entre media y baja para el paladar ciudadano. Y aún hoy es posible adivinar en sus gestos cierta decepción de quien no se siente correspondido: siente haber sido un factor de equilibrio en los días en el que el país caminaba por un precipicio, y no poder disfrutar de una valoración siquiera intermedia por los servicios prestados.
Sueña con la parábola de Alfonsín. Esa que marcó el tiempo de cosecha justamente en la despedida, después de muerto. O, al menos, que cuando alguien se tope con su apellido al tener que escribir la historia de los días más convulsionados de la corta vida nacional, lo haga con un sentido reivindicatorio.
Pero eso quedará para después. Ahora, el hombre que sorprendió al país firmando su propia salida anticipada de la Presidencia como consecuencia de las muertes de Kosteki y Santillán, y que pronunció su renuncia a la actividad política en formato de juramento, tiene 67 años y, entiende, algunos capítulos por escribir en su vida activa.
Conciente de su imagen devaluada, Duhalde prefiere claramente la retaguardia para hacer pesar su influencia, en lugar de hacerlo de cara al sol. Se ha impuesto el horizonte de convertir en imposible que cualquier dirigente del PJ pueda ser candidato presidencial sin pasar por su pila bautismal, y de a poco ese traje de operador en las sombras le está siendo colocado a medida.
Ha pasado de banca a punto y de punto a banca mil veces. Fue banca cuando Menem lo puso en Buenos Aires, fue punto cuando el riojano intentó la re-reelección, fue boleta cuando quedó asociado a sospechas de ilícitos en el conurbano, volvió a ser banca cuando le llamaron de Presidente, cayó a punto cuando su propia creación -el kirchnerismo- lo desconoció en su provincia y puso a Cristina a competir con Chiche, y ahora es banca nuevamente al haber contribuido con la derrota de Kirchner a manos de De Narváez.
Se abre una nueva etapa ahora. Ahora que el PJ puso un clasificado buscando candidato a Presidente, nuevamente aparece su figura con la atribución del poder de veto. Así como en el 2003 fue el que digitó a su sucesor buscando por el lado de Reutemann, luego por De la Sota y finalmente con Kirchner, seleccionando el sistema electoral más ajustado a su medida para derrotar a Menem (los neolemas), esta vez anda con ganas de convertirse en el arquitecto.
Pero lo primero que recibió fue un manotazo para meterlo bien adentro de la pelea, cuando el Lole pronunció su nombre como presidenciable en un sorpresivo episodio de los banquinazos del ex-piloto que tuvo el aroma de estar más dirigido a confirmar afinidades que a hablar en serio.
Sabe Duhalde que no tiene hilo en el carretel, excepto que las llamas sean tan altas como aquellas del 2001 y haga falta alguien con un traje de bombero como el suyo. Pero también sabe que hay menos margen aún para aparecer, como le ocurrió, sospechado de haber avivado aquel fuego.
Preferible entonces poner en marcha la factoría de candidatos que tiene en la pieza del fondo. Tan eficiente en junio pasado con De Narváez y bajo estricto requisito de secreto absoluto: su nombre, el de Duhalde, no es precisamente para andar invocándolo a lengua suelta.
Seguramente volverá a cruzar sables con los Kirchner, como este año. Pero ya no en un distrito que domina como pocos, el conurbano empobrecido, sino en todo el país. Y en esa escala su poder de fuego empieza a perder punch, especialmente porque los líderes provinciales tienen siempre la tendencia de respetar la billetera. Esta vez, la tienen los pingüinos.
Sus armas son: Una estructura gremial un tanto oxidada -liderada por el peón rural Gerónimo Venegas y por el gastronómico Luisito Barrionuevo-, una aceitada red de punteros en el Gran Buenos Aires y un discurso productivista y componedor, que en estos tiempos no es poco decir.
Le falta una cara atractiva. Si se decide, será el Lole, con quien ya se semblantearon lo suficiente. Pero se tiene que decidir. Si no, podría ser Solá, el ex gobernador bonaerense que tanto lo criticó pero ahora busca el calor de un ala que lo contenga. Y por qué no Macri, si es que no desbarranca en la gestión y decide pasar de promesa eterna al ring.
¿Y los gobernadores del PJ? Depende de cómo llegue Kirchner a la mitad del año próximo, cuando las aproximaciones empiezan a consumarse o a ser descartadas. El ex presidente anunció por canales oficiosos que será candidato en 2011, pero aún falta decodificar si lo hace por convicción o para mantener el centro de la atención en los años que le quedan a Cristina.
Si es la primera opción, a los mandatarios con aspiraciones como Gioja le será difícil avanzar. Está visto cómo reacciona Kirchner con los desplantes: esta semana, obligó a Scioli a despedir a su ministro de Agricultura si es que quiere ayuda nacional.
Si es al revés, a Gioja le resultará natural volver a la órbita de Duhalde, sencillamente porque es desde allí de donde proviene. Y el sanjuanino conserva la gimnasia de ser capaz de no caer mal en ninguna expresión pejotista.
¿Candidato de unidad? Sólo un sueño, siempre y cuando el Lole vuelva a ver algo que no le guste. Si Duhalde es el arquitecto, al menos ya le tiene tomadas las medidas.
