El día había largado tranquilo. Demasiado si se quiere. Todo temprano. Por lo alocado del horario del debut (las dos de la tarde). Pero camino al estadio (salida del hotel exactamente al mediodía) se dio un hecho impensado. Originariamente preocupante. Pero al final que sirvió como anécdota.
El bus que llevaba a los jugadores era custodiado en el trayecto hasta el estadio por una gran cantidad de policías. Muchos en motos. Otros en patrulleros. De pronto, el ómnibus tomó un camino que no fue el mismo que el día anterior y se metió en una calle lateral de la autopista por la que debía entrar. Era tan angosta la calle que las motos y los patrulleros pasaban, pero el bus, no. Primero se topó con un árbol que lo sorteó de milagro. Pero metros más adelante ya no pudo pasar por una gruesa columna de cemento de la luz. Atorado, el colectivo tuvo que detenerse. Pasaron casi 10 minutos y, tras deliberaciones entre el chofer y los policías, decidieron hacer marcha atrás para tomar otro camino. Era muy complicado, porque tenía que pasar por los mismos lugares dificultosos y, encima, para atrás. Además, era más peligroso aún porque la autopista, que estaba en forma paralela, se ubicaba en una hondonada. A todo esto, ¿y los jugadores? Al principio algunos se pusieron algo nerviosos por la situación, pero la música cumbiera del chimbero Gustavo Molina le relajó los nervios a muchos.
Hasta que el colectivo pudo salir pasaron otros 10 minutos más. En total 20’ de arriba. Más aún todavía, porque el bus empezó a dar vueltas increíbles para reencauzar el recorrido, a todo esto con los policías cortando el tráfico y armando un caos de vehículos (hora pico en un gran capital con miles que vienen y van, en el primer día laborable de la semana).
Por fin el plantel pudo llegar al “Mineirinho”, dos minutos antes de la hora y media que Armoa siempre pregona. Con música de los Redondos y de La Renga. Ya con todos pensando sólo en el partido debut.
