Se han contabilizado unas 1.200 personas muertas a consecuencia de los últimos atentados atribuidos al Estado Islámico (EI), una cifra que alarma porque el avance de esta organización es cada vez más grande en todo el mundo. El número de víctimas fatales se limita a los recientes atentados en la ciudad de Orlando, Florida, en EEUU; Estambul, en Turquía; Dacca, en Bangladesh y Bagdad, capital de Irak, donde una bomba mató a 140 personas, en un centro comercial lleno de familias que acababan de romper su ayuno de Ramadán (antigua tradición del mes sagrado del islam).
Los ataques, además de los numerosos muertos, han dejado cientos de heridos y sociedades desgarradas por la conmoción y el dolor, por lo que resultará muy difícil restituir la confianza y la tranquilidad. Más grave todavía es que aunque el EI está perdiendo territorio en Irak y Siria, se ha convertido a nivel mundial en una versión más ofensiva que su antiguo rival, Al Qaeda y con una creciente red global de combatientes, con la que le es posible ejercer una efectiva presión a nivel internacional.
Es por ello que esta organización terrorista representa un auténtico reto para las autoridades de diferentes países -en particular occidentales- que puedan estar en sus objetivos. Se ha llegado a determinar que las ofensivas militares en los países de origen son necesarias, pero no suficientes, por lo que los esfuerzos deberán orientarse a partir de ahora a la tarea de evitar el reclutamiento de jóvenes a nivel mundial. Ha trascendido que en Argentina hay alrededor de una veintena de jóvenes que se han incorporado al EI, convirtiéndose en yihadistas, atraídos por su filosofía de vida, y que constituyen un serio riesgo para la seguridad nacional.
