Todas las madrugadas, mientras la ciudad duerme, una larga fila de remises y camionetas cargadas se ve frente a la plaza Eva Perón, de Concepción. No se trata de paros ni piquetes, sino más bien de un ritual. Los choferes y transportistas paran allí para desayunar, iluminados gracias al trabajo de un generador. Ya sea por la limpieza, la comodidad o la calidad del café y las sopaipillas freídas in situ, todos hicieron de El Cafecito (un carro hecho "íntegramente con acero inoxidable", según su dueño) su lugar de encuentro en la banquina.
Su equipamiento no tiene nada que envidiarle al café mejor puesto del centro. La máquina exprés, con la que se prepara desde cortados hasta capuccinos, funciona con agua de un tanque conectado a un purificador. Tiene bachas en las que se lava las tazas de porcelana. Tanto la freidora como las luces funcionan con electricidad del generador. Y los manteles, que cubren las dos mesas que sostienen el sifón de soda dispuesto para que los clientes consuman hasta hartarse, el ejemplar del día de DIARIO DE CUYO y los servilleteros, están siempre impecables.
La idea de armar el negocio callejero que está por cumplir sus 5 años, surgió justamente a bordo de un colectivo, gracias al ingenio de Héctor Díaz. El hombre, que maneja micros de larga distancia, se sorprendía cada vez que iba a Córdoba y veía las casuchas en las que se vende café. Postal que se mezcló con su necesidad: "La idea era ocupar el tiempo de mi hijo, Iván. No quería estudiar, el vago", cuenta Héctor.
La iniciativa comenzó con una motocarga. "Hasta le cromamos las llantas. Era un sueño", recuerda el hombre. El primer espacio que ocupó fue la Terminal de Omnibus, pero no tuvo demasiado éxito. "Por ahí andan los vendedores con los bolsos y los termos. La gente está acostumbrada a que le lleven el café, no a ir a buscarlo", analiza Héctor, al que un día se le prendió la lamparita. "Yo vivo en Chimbas, todos los días recorría el camino hasta la terminal y miraba para encontrar un lugar mejor. Hasta que le dije a mi hijo: mirá, ahí no pasa nada, pero nos vamos a poner a trabajar y sé que la gente se va a acercar", recuerda. Al otro día, ocupaban un nuevo lugar, en la esquina del lateral de Circunvalación y Avenida Rawson, frente a una estación de servicio. Allí el negocio creció.
Primero, Héctor construyó un carro pequeño. Pero, mientras lo atendía, su hijo quedaba a la intemperie y pasaba mucho frío. Entonces, el hombre pensó en grande. Dos años demoró en hacer el carromato de 3,70 metros de largo por 2 de ancho, techado y ploteado con tentadoras tazas de café acompañadas por medialunas.
Pero un imprevisto lo sacó de lugar. "Nos denunciaron por competencia desleal en la Municipalidad. Entonces, nos mudamos", cuenta Iván, que mezcla los piercings de su cara con un prolijo e impoluto delantal blanco, mientras atiende el negocio.
Como consecuencia, Héctor volvió a usar su criterio visionario. Y pidió permiso para mudar el carromato a la orilla de la plaza. Allí, el espacio limitado por un cordón entre la vereda y la calle, que supo ser paradero de remises y taxis, se transformó en el lugar ideal para que los choferes estacionen sus vehículos. Y, según el hombre, le está yendo mejor ahora.
Bajo un cartel de luces rojas que anuncian la presencia del comercio, Iván sigue trabajando día a día, de 5 a 11. Y El Cafecito sigue siendo el paraje perfecto para todos los remiseros y viajantes que recorren San Juan.
