Por primera vez en más de una década, las naciones desarrolladas y las más pobres del planeta, alcanzaron el sábado último un acuerdo unánime para controlar el cambio climático, considerado el mayor problema que enfrenta la humanidad por el deterioro progresivo del hábitat, de consecuencias catastróficas. La Cumbre del Clima 2015, celebrada en París, alcanzó el sábado consenso tras 12 días de negociaciones donde cada país tuvo que resignar posiciones, para que el aumento de la temperatura media del mundo se mantenga por debajo de los 2 grados centígrados hasta fines del presente siglo, en relación a la época preindustrial, y para esforzarse a fin de lograr que el aumento no supere los 1,5 grados, lo que produciría el descongelamiento de gran parte de Groenlandia y la Antártida, subiendo el nivel del mar entre 15 y 20 metros. La firma del primer acuerdo por unanimidad contra el cambio climático -un país que votara en contra frustraba el pacto-, fue celebrado por políticos, científicos, ONG y asociaciones ambientalistas de todo el mundo, aunque con expresiones de satisfacción y prudencia, por la forma en que será implementada la reconversión energética. Hay optimismo, pero cauteloso por la complejidad jurídica que hace que el acuerdo sea legalmente vinculante en su conjunto, pero no en buena parte de su desarrollo, es en decir las decisiones políticas, ni en los objetivos nacionales de reducción de emisiones. Recordemos que la delegación argentina fue muy criticada y hasta abucheada el martes pasado, cuando se supo en París que el Gobierno de Cristina Fernández presionaba por la ley de Yacimientos Carboníferos Fiscales, que finalmente no se sancionó, precisamente porque la Cumbre climática tenía como objetivo la eliminación de los combustibles fósiles y, en particular del carbón, el mayor contaminante atmosférico. Pero en el otro extremo de las repercusiones mundiales está el protagonismo argentino con el papa Francisco, reconocido como líder mundial en favor del medio ambiente porque su influencia fue decisiva en los países europeos y en los Estados Unidos, junto a su encíclica Laudato-sí. Expone el pensamiento de que cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en los estilos de vida y los modelos de producción y consumo.