Las protestas estudiantiles que paralizaron a Chile esta semana han sido vistas en gran parte del mundo como un síntoma del fracaso del sistema universitario abierto a la iniciativa privada que rige en el país. Sin embargo, son en parte el resultado del éxito del sistema, y en parte consecuencia de sus excesos.

Antes de examinar que cosas se hicieron mal en Chile, recordemos que este país tiene uno de los mejores sistemas educativos de América Latina. En el último test internacional PISA de estudiantes de 15 años, en las disciplinas de matemática, ciencia y comprensión de textos, Chile obtuvo el primer lugar en Latinoamérica, muy por delante de México, Brasil y Argentina.

Con respecto a la educación superior, Chile ha ampliado su cobertura educativa más que la mayoría de sus vecinos: el número de estudiantes universitarios en Chile ha aumentado desde 200.000 hace dos décadas a casi un millón en la actualidad. Casi el 50 % de los estudiantes chilenos en edad universitaria están en la universidad, un porcentaje mayor al de la mayoría de los países de la región. Y más importante aún, el 70 % de los estudiantes universitarios chilenos de hoy son hijos de personas que nunca asistieron a la universidad.

Pero la conclusión obtenida tras entrevistar a los líderes del movimiento estudiantil, académicos y funcionarios del gobierno en días recientes, es que la fenomenal expansión del sistema universitario chileno se realizó demasiado rápido, con escasa planificación y sin suficiente regulación.

Chile permitió que las universidades privadas compitieran libremente con las universidades estatales, pero no implementó la condición de que todas las universidades privadas se adhirieran a altos estándares académicos.

Por otra parte como la mayoría de los estudiantes de clase trabajadora que accedieron a las universidades no podían afrontar el pago de sus cursos, se adoptó un sistema usado en Australia, que permite que los estudiantes empiecen a pagar por su educación una vez que se gradúen y consigan un empleo. Esto sonaba espléndido, pero los planificadores no tomaron en cuenta que, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos o en China, en Chile nunca existió una cultura familiar de ahorro para la educación.

Con la explosión de estudiantes de los últimos años, los nuevos graduados se encontraron con deudas e incapaces de pagar sus préstamos estudiantiles. Y como sus padres habían funcionado como garantes de sus préstamos, toda la familia se encontró con deudas enormes, lo que ayuda a explicar el amplio respaldo de los adultos al movimiento estudiantil. Por ello es que también decidieron salir a la calle -esta vez con el apoyo de los profesores y los sindicatos- para exigir una educación universitaria gratuita.

Camila Vallejo, la dirigente estudiantil de 23 años que ha fascinado a este país con su belleza y su carisma, dijo en otra entrevista que la federación estudiantil también está exigiendo que el gobierno prohiba la existencia de universidades con fines de lucro y agregó que por eso piden "cambios estructurales” que acaben con "el modelo educativo neoliberal”.

Mi opinión: en el apuro por unirse al Primer Mundo y copiar los sistemas universitarios de Estados Unidos, Gran Bretaña, China e India, -los países con las mejores universidades del mundo- Chile se apresuró demasiado. Un poco de gradualismo hubiera sido mejor.

Los estudiantes tienen razón al exigir que el gobierno haga algo para resolver la situación financiera de los graduados, y que haya mayor regulación del sector. Sin embargo, estos excesos pueden corregirse sin copiar los desastrosos sistemas universitarios estatistas de varios países de la región.

Si los excesos del libre mercado educativo se resuelven, Chile saldrá de este trauma convertido en un país mejor.