Dicen que hizo lo imposible para salvarlo, que habló con las autoridades para evitar su fusilamiento y que para “rescatarlo espiritualmente”, cabalgó por varias provincias hasta encontrarlo en medio de los montes. Fue tal la amistad que Brochero tuvo con Santos Guayama, el líder de la “rebelión lagunera”, que dicen que el gaucho rebelde hasta tuvo una crisis religiosa. Salir a buscar a los más alejados de la Iglesia y de la Justicia, a los malandras, fue una de las características del beato José Gabriel del Rosario Brochero, también conocido como “el cura gaucho”.
A Brochero lo unió a San Juan una amistad extraña. Pero hoy, hay quienes dicen que esto puede ser una señal. “Quiera Dios que sea de San Juan el milagro porque el primer obispo de Cruz de Eje fue sanjuanino y Santos Guayama fue amigo de Brochero. Que de San Juan pueda salir esta gracia, es la voz de Brochero para nosotros y nuestro tiempo”, dijo monseñor Santiago Olivera, actual obispo de la Diócesis de Cruz del Eje.
El Cura Brochero, que nació en el Norte de Córdoba un 16 de marzo de 1840, evangelizó a lomo de mula las sierras cordobesas e hizo propias las necesidades de los sectores más pobres de la región. Fue ordenado como sacerdote en 1866 y un año después despuntó en esa provincia el primer brote de cólera que mató a más de 4.000 personas. Fue ahí cuando Brochero realizó sus primeras acciones solidarias y de asistencia al más necesitado.
Dicen que se trató de un cura que asistía a los marginales. Es allí donde encuentra explicación su amistad con Guayama. Tanto así que el cura invitó al bandolero a su casa de ejercicios espirituales. Poco después de esto, el sanjuanino le mandó una carta a Brochero diciendo: “Venga padre, que me matan”. Pero los intentos de su amigo por salvarlo, fueron en vano.
El cordobés estaba convencido de que los ejercicios espirituales eran el mejor instrumento para renovar a fondo la fe. Es por eso que organizó tandas de 400 personas, hombres y mujeres, que durante tres días y noches atravesaban las sierras para internarse en la ciudad de Córdoba durante ocho días de reflexión, penitencia y oración. En 1875, con la ayuda de sus feligreses, comenzó la construcción de la Casa de Ejercicios de la entonces Villa del Transito (localidad que hoy lleva su nombre).
Para complemento construyó la casa para las religiosas, el colegio de niñas y la residencia para los sacerdotes. El avance de su pueblo también estuvo en su lista de actividades. Es por eso que, junto a los devotos, hizo más de 200 kilómetros de caminos y varias iglesias, fundó pueblos y se preocupó por la educación. Solicitó ante las autoridades y obtuvo mensajerías, oficinas de correo y estafetas telegráficas. Proyectó el ramal ferroviario que atravesaría el Valle de Traslasierra uniendo Villa Dolores y Soto para sacar a los serranos de la pobreza en que se encuentran ‘abandonados de todos pero no por Dios‘, como solía repetir.
Por asistir a los leprosos se contagió de esa enfermedad y no pudo seguir haciéndose cargo de su iglesia. Murió ciego y leproso el 26 de enero de 1914, en su casa natal.
