El momento del ataque aún hoy sigue dando vueltas por sus memorias. Tan vívido es, que una y otra vez ambas recuerdan con lujo de detalles el momento, ese mediodía de febrero de 2010 en el que sus vidas cambiaron para siempre por culpa de unos delincuentes. Las dos se reprochan, especulan, sueñan despiertas imaginando qué hubiese pasado si hubieran actuado de otra manera. Como si el haber hecho algo distinto hubiera servido para torcer el trago amargo que el destino les tenía preparado ese día. Para Hilda (82 años, jubilada y pensionada) y su hija Miriam Morilla (52) la dura vida que llevaban se complicó mucho más después de que les arrebataran un préstamo de $6.660 con el que tenían pensado ponerse un negocio y así dejar de vivir de prestado en la casa de su única pariente. Era un dinero que les iba a ayudar a dar vuelta la página, que tenía como objetivo cambiar sus penurias tras la desilusión de quedarse con todas sus cosas embaladas porque no salieron adjudicadas en el sorteo del IPV. Una plata que le iba a permitir a Miriam dejar atrás el sufrimiento que le causó dejar la carrera de abogacía en segundo año y también abandonar el trabajo que tenía en una empresa porque una artritis reumatoidea, que le deformó las manos y le impidió seguir escribiendo a máquina. También, para olvidar el problema de sufrir durante un año y medio una fiebre por una mala medicación y los casi cinco años que le llevó superar ese inconveniente de salud. Y el susto de casi perder a su madre por un infarto.

Pero esos anhelos se esfumaron de golpe y lo único que les quedó a las mujeres fue un trauma, de no poder salir nunca más tranquilas a la calle, de no confiar en nadie y dolor. Dolor de tener que mudarse a otro lugar a alquilar porque la relación con la hermana de Hilda se rompió, de gastarse lo poco que les queda para pagar el alquiler y dejar de lado otras necesidades. Y lo peor, haber adquirido otros dos préstamos para devolver casi el triple del dinero que les robaron.


Sueños rotos

El drama para esa madre y su única hija se acrecentó a partir del 2 de febrero de 2010. Hilda y Miriam habían pedido un préstamo de $6.660 en la financiera ‘Crédito Fácil’ y luego retiraron el dinero del ‘Banco Francés’. Eran las 12.30 de ese caluroso día de verano cuando bajaron de un colectivo en Avenida Libertador y Monseñor Orzali, Santa Lucía. Estaban a punto de llegar al lugar donde vivían. Pero sólo alcanzaron a hacer unos metros y allí se encontraron con quien arruinaría sus sueños: un sujeto le arrebató el bolso a Miriam y corrió hasta donde los esperaban dos cómplices en moto. Miriam corrió unos metros detrás de ellos y un remisero se ofreció a seguirlos, pero enseguida cambió de parecer ante el temor de que los delincuentes estuvieran armados. A partir de ahí, todo fue cuesta abajo para las mujeres.

‘Estuvimos viviendo con mi tía hasta el 5 de noviembre de ese año, pero nos tuvimos que ir a alquilar porque la relación con ella terminó mal y encima nunca salió la adjudicación para una vivienda del IPV. Nos quedamos sin la plata, sin casa, con muchísimas deudas y sin nuestro sueño de poner un negocio’, explicó Miriam, dolida.

Lo que más les aflige son las deudas. Recién el 30 de septiembre próximo cancelarán el préstamo y en total habrán pagado a la financiera $17.100 (son 30 cuotas de $570). Pero el drama no termina allí, porque continuarán pagando otros dos préstamos que pidieron a través del Anses para poder cancelar ese primer crédito. Y es que los únicos ingresos que tienen son la magra jubilación de Hilda y la pensión que reciben por Miriam.

‘Encima tuvimos que pedirle ayuda al PAMI porque pagamos $1.100 de alquiler y no podemos afrontar ese gasto por las deudas que tenemos. Llegamos con lo justo a fin de mes. Enferma y todo, tengo que lavar la ropa a mano. Mi mamá no puede y me ayuda como puede en algunos quehaceres. La verdad que me tengo que aguantar el dolor porque no nos queda otra, si ni para un lavarropas nos alcanza. Nos arruinaron la vida’, relató la hija de Hilda.

Trauma e “Injusticia”

El asalto marcó para toda la vida a Hilda y a su hija. Cuando salen a comprar o a hacer algún trámite al centro, siempre van juntas. No se separan un segundo. Ya no usan carteras y son cuidadosas de cualquier persona que se les acerca. Incluso el ruido de una moto acelerando revive el momento del asalto y las obliga a mirar atentas de donde provenga el sonido ‘porque siempre pensamos que van a volver a asaltarnos’, explica Hilda. Hasta tienen miedo de poner a la venta dos fotocopiadoras que compraron antes que las atacaran y que iban a poner en el negocio, porque temen que ‘algún vivo’ las asalte y las deje sin las máquinas ni el dinero. ‘Las queremos vender para tener unos pesos más que nos ayuden a sobrevivir, pero ya no podemos confiar en nadie’, aseguró Miriam.

Por otro lado, las dos dicen estar desilusionadas de la Justicia porque los encargados de investigar su caso, no le dieron ninguna respuesta. Madre e hija visitaron en reiteradas ocasiones el juzgado para ver qué novedades había sobre el robo y querían ver con ansias si les podían mostrar la filmación del banco con la esperanza de llegar a reconocer a alguno de los ladrones. Pero como no obtuvieron respuestas, dejaron de ir y se resignaron a que nunca encontrarán a los sujetos que les arrebataron su dinero, su proyecto de vida. ‘Nadie investiga nada y no creo que encuentren a los ladrones. No hay justicia y a nosotros lo único que nos queda es el miedo y la frustración de quedarnos sin nada’, disparó Miriam Morilla.