Han Magnus Enzensberger, un poeta y ensayista alemán de izquierda postuló, allá por 1992 en un libro llamado ‘Perspectivas de una guerra civil‘, que el mundo, y particularmente las grandes urbes, se enfrentaba a nuevos desafíos. Enzensberger creía que había una nueva realidad en Europa, entendía que una gran ciudad, por más rica, redistributiva y sosegada que fuera, igual genera desigualdades, injusticias, frustraciones y reveses en diferentes colectivos o sectores sociales. Creía que aunque la igualdad de derechos y la libertad individual aumenten eso no detendría nuevas luchas sociales por más reivindicaciones, y que estas luchas podían ser violentas, al punto de convertir una estación de trenes, un colegio o un shopping en el escenario de una balacera o en un frente de batalla. Nacía la ‘Guerra civil molecular‘.
Algunos años después, el mismo autor publicó otro polémico libro llamado ‘El perdedor radical‘, en el que buscaba sumergirse en las entrañas del terrorismo islámico e inventaba esta figura, la del ‘perdedor radical‘, para estereotipar al terrorista musulmán. Planteaba que un extremista fanático podía reunir motivaciones esencialmente religiosas, pero también políticas y sociales que lo lleven a inmolarse, lo que parece ajustarse al perfil de los terroristas que atacaron la revista Charlie Hebdo esta semana en París. Enzensberger explicaba que estos islamistas han tomado el modelo de las guerrillas comunistas de las décadas de 1960 y 70, incluso las vestimentas y el fusil Kalashnikov como símbolo, con la diferencia que ahora la ideología se reemplazó por el Corán y el proletariado a defender por la Ummah, o nación árabe, pero siempre con la misma determinación y creyendo en que la victoria es inevitable.
Si se enlazan ambos libros de Enzensberger se encuentra una más que exacta descripción de los sucesos ocurridos en Francia esta semana. El cocktail entre el fanatismo religioso, los fracasos individuales y la incapacidad de los gobiernos para hacer factible el sueño de una sociedad multicultural lo estarían demostrando.
Durante la Segunda Guerra Mundial, y en el afán de ganarla, los países aliados crearon un gobierno de Francia en el exilio liderado por Charles de Gaulle. Pronto miles de soldados franceses que se encontraban en territorio británico y en algunas colonias francesas de ultramar comenzaron a conformar un nuevo ejército nacional que les permitiera sumarse al esfuerzo de Gran Bretaña y Estados Unidos por vencer al nazismo y recuperar a una Francia cuyo territorio se encontraba repartido entre el estado fascista de la República de Vichy y la Alemania de Hitler.
Pronto se comenzaron a movilizar a miles de hombres provenientes de las colonias, principalmente magrebíes del norte de África, árabes de Medio Oriente, y negros del corazón de África. Luego de la guerra, y del triunfo aliado, estos hombres fueron desmovilizados, pero lejos de volver a sus tierras optaron por las nuevas oportunidades que parecía brindarles Francia y se quedaron en el país. Esto fue sólo el inicio de un gran proceso migratorio. Pronto comenzaron a traer a sus familias, aparecieron corrientes de inmigrantes desde África y Medio Oriente hacia la metrópoli y empezaron a surgir grandes barriadas suburbanas en las principales ciudades del país, muchas de ellas actualmente marginales, donde la policía y el Estado están ausentes y que ya se han manifestado violentamente como sucedió en 2005. Actualmente Francia se ha convertido en un país multiétnico, donde los inmigrantes representan cerca del 40% de la población y donde uno de cada cinco habitantes del país es musulmán.
Actualmente, de esos migrantes originales ya han pasado al menos tres generaciones, pero en muchos casos no se sienten integrantes de la cultura francesa y se encuentran más cercanos a su cultura de origen, no sintiéndose partícipes de las sociedades abiertas de Europa occidental, ni de sus valores.
Hoy, algunos intelectuales ven como contradictorio que el presidente socialista François Hollande, a partir de este entramado étnico, religioso y cultural que posee Francia, intervenga militarmente en Libia, Siria, Irak o Mali. Creen que eso aleja las posibilidades de una exitosa integración étnica y por ende colabora con el fracaso del multiculturalismo. Pero de pronto no sólo éste sino todos los debates se abrieron esta semana. El éxito o el fracaso de las políticas migratorias, la realidad política, el integrismo islámico, la libertad de prensa, la seguridad nacional, el fracaso inicial de los servicios secretos que permitieron que terroristas se pasearan con armas largas por París, son los temas del momento en Francia. Por lo pronto, el ataque terrorista al semanario satírico de izquierda Charlie Hebdo, despertó la necesidad de la sociedad francesa, más allá de las ideologías, de defender el librepensamiento y salir a respaldar a la prensa de las amenazas del integrismo islámico salafita. El gobierno incluso otorgó más de un millón de dólares para refundar Charlie Hebdo, todo en un escenario en el que la prensa pretende mantener su libertad, pero donde muchos periodistas puedan querer refugiarse en la autocensura. Las posiciones de los franceses chocaron. Desde un inicial ‘todos somos Charlie‘, a un posterior y minoritario ‘yo no soy Charlie‘, postura esta última que pretende denunciar lo que, para algunos, sería la tendencia atea, racista y hasta llena de prejuicios de esta publicación nacida del Mayo del 68.
El escenario francés se volvió dramático. El mismo día del atentado a Charlie Hebdo, Michel Houellebecq, una de las principales plumas francesas hoy, lanzaba, en una casi inexplicable ironía del destino, su última novela llamada ‘Sumisión‘. En ella plantea una Francia en el 2022 rendida al islam, con un presidente musulmán moderado que llega al poder luego de vencer a la líder nacionalista e identitaria Marine Le Pen y con una sociedad francesa que se corre al islam para obtener beneficios económicos, sociales y políticos, de hecho hasta la Sorbona se islamiza. Lo que debía ser un libro provocador (Houellebecq aparecía en la última portada de Charlie Hebdo) se convirtió en una obra que abre un debate en torno al islam en Francia y que ya despierta los temores de muchos ciudadanos étnicamente galos. Por lo pronto los servicios secretos franceses no tuvieron más opción que sacar a Houellebecq de París con paradero desconocido.
Así, los franceses se debaten acerca de ellos mismos. Jacques, un francés del Alto Pirineo afincado en San Juan, asegura que Francia perdió la identidad, que ya no se siente francés en su antigua tierra y que hasta le cuesta reconocer el idioma.
Finalmente, y al galope de todos los sucesos, que incluyeron el atentado a Charlie Hebdo, las tomas de rehenes y la muerte de tres terroristas en dos acciones diferentes, Hollande salió a agradecer la valentía con la que el pueblo francés se había comportado frente a los desagradables hechos; todo esto en una realidad europea en la que ayer Enzensberger y hoy Houellebecq dibujan la peor de las realidades. Mientras tanto las sociedades pierden el optimismo en su futuro, los ciudadanos desconfían de todo y de todos y aparecen los peores miedos. ¿Cómo seguirá la historia?
