Hace más de diez años que no repara un violín y más de 30 que no lo toca. Su milenario oficio nació de la mano de su vocación de violinista. Hoy a sus 72 años, Alejandro Ricotta sólo se considera un simple reparador, pero por sus conocimientos sigue siendo un luthier de lujo.
A los 14 años empezó a estudiar violín con maestros particulares hasta que después ingresó a la Escuela de Música de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ) para luego integrar la Orquesta Sinfónica.
"Un amigo me invitó a tomar clases con un profesor que vivía por aquí cerca (en Trinidad) pero yo no tenía violín, así es que le pedí prestado a mi tía para poder empezar".
Alejandro contó que siempre le gustó la música. Su papá era italiano y acostumbraba a escuchar ópera.
Pero el salto de músico a reparador lo hizo con su propio violín. "Una tarde estaba estudiando y me puse nervioso porque una nota no me salía y largué el violín contra la mesa, parece que muy fuerte porque se me rompió el arco. Me agarré la cabeza y dije: ¡cómo lo arreglo!", recordó entre risas.
Con paciencia agarró su violín y se puso a arreglarlo, sin saber que en ese momento nacía su oficio.
Después se animó con los violines de sus compañeros de la Escuela de Música, incluso empezó a realizar trabajos más sofisticados como enceradas, cambios de clavijas, arreglos de arcos y puentes.
Alejandro recuerda que arreglar un violín le llevaba entre dos y tres horas, tiempo en que no debía perder la paciencia.
En 1976 su artrosis lo obligó a abandonar la Orquesta Sinfónica y desde ahí no volvió a tocar el violín, pero quedó como luthier de la Escuela de Música y asegura que no tenía interés monetario.
"Como mis clientes eran alumnos de la escuela, no les cobraba demasiado, lo hacía como favor y ellos me daban lo que podían", cuenta.
Pero el tiempo pasó y su puesto fue reemplazado, entonces su oficio se redujo a su taller, en su casa.
Ahora, Alejandro se dedica a la sastrería, pero sus ganas de volver a reparar un violín aún siguen vigentes.
