En el barrio de toda la vida, ellos son amigos, primos, vecinos, hermanos, hijos. Son una gran familia, de las más conocidas y unidas de la Villa Unión. Y en el corazón del populoso vecindario de Chimbas, por calle Rivadavia, la casa de los Cortez fue y es el lugar elegido para que el grupo compartiera sus días, era habitual verlos en la vereda, charlando bajo la sombra de una mora.
Esos amigos y familiares fueron los protagonistas de la tragedia de la Quebrada de las Burras, que dejó 24 heridos y 4 muertos, casi todos vinculados por lazos de sangre y amistad. Por eso, en la vereda de los Cortez había un vacío que lentamente empezó a llenarse, aunque con ausencias permanentes.
A seis días del choque, los sobrevivientes de a poco vuelven a acomodarse bajo la sombra de la mora, en un doloroso regreso a la normalidad.
‘Mientras estaba internado extrañaba esto de salir a la vereda y sentarme a conversar con los chicos. Ahora salí y me senté solo, pero al rato llegó Roberto (Bazán) y después Jonatan (Riveros, todos sobrevivientes). Acá nos juntamos desde siempre, es algo de toda la vida, cuando había trabajo y cuando no’, dijo Raúl Cortez, uno de los heridos. ‘Por eso éramos tantos familiares en el micro, porque cuando salía una changuita, tratábamos de que fuera para todos. Acá fue donde salió el trabajo de ir a la montaña’, agregó.
‘Juntarse en la vereda es como empezar a volver a la normalidad. Pero igual está todo mal, se extraña mucho a los que murieron, a los chicos que siguen internados’, dijo Roberto. Aunque la psicóloga les aconsejó tratar de no hablar del accidente durante algunos días, recordarlo es inevitable para ellos.
No se olvidan que el micro, ya con el motor fuera de servicio, quedaba en el aire en algunas curvas en su desenfrenado descenso, que evaluaron tirarse del colectivo pero lo descartaron porque era casi un suicidio, que cuando el micro cayó al barranco sintieron un silencio que pareció eterno y que luego empezaron a caer como en una montaña rusa.
Y de Pascual Bazán, uno de los fallecidos, haciendo el último y desesperado intento por mover la palanca de cambios para que entrara un rebaje. ‘Yo no puedo dormir desde el día del accidente. Se me viene a la mente las caras de los que murieron, porque yo los fui a tocar para ver cómo estaban’, confesó Jonatan.
Entre las visitas a curaciones, la psicóloga y a la comisaría de Albardón, donde fueron a declarar y en las últimas horas también a buscar los bolsos con ropa, los sobrevivientes pasan lentamente sus días. Y de las conversaciones bajo la mora, los tres sacaron algo muy en claro: ‘A la montaña no volvemos nunca más’.
