Pocas décadas después de la conquista de América, los españoles ya habían convertido en casi una obsesión una leyenda que los mantenía en vela desde hacía mucho tiempo. Se trataba de El Dorado, que siglos después dio lugar a interminables historias, versiones, interpretaciones y creaciones en el cine y otras ramas del arte. El Dorado era al principio, cuenta la leyenda, como se le llamaba al cacique de un grupo aborigen de la actual Colombia, que pintaban con polvo de oro en un ritual sagrado. Pero luego hubo una extensión de la creencia y El Dorado pasó a ser un supuesto imperio, una ciudad en América, donde absolutamente todo estaba cubierto de oro. Esto despertó tanto el interés, que hubo muchas expediciones de conquistadores, narradas en crónicas del siglo XVI, que en muchos casos les costó la vida a los exploradores.
Según las crónicas españolas rescatadas, fue alrededor de 1530 cuando en Colombia se empezó a hablar de un hombre dorado, un rey dorado al que veneraban los muiscas, una nación aborigen.
Fue el cronista Juan Rodríguez Freyle quien contó por primera vez que el cacique sacerdote de los muiscas era cubierto en polvo de oro en el festival religioso de Guatavita, cerca de donde donde hoy existe Bogotá. Años después, el mismo Rodríguez escribió que los aborígenes rodeaban la laguna y el ritual consistía en que el nuevo cacique era untado con una sustancia adhesiva y después con polvo de oro. Con otros cuatro caciques, adornados con muchos objetos del mismo metal, subían a una balsa y se metían a la laguna. La embarcación iba cargada de objetos de oro y otras joyas, que ofrecían a los dioses arrojándolos al fondo del lago. Fue por eso que hubo varios intentos luego de drenar el lago para poder rescatar todos esos tesoros. Mito o no, lo cierto es que en otras lagunas colombianas encontraron en la modernidad varias piezas de oro, presuntamente ofrendas a los dioses, que hoy son exhibidas en el Museo del Oro de Bogotá.
El ritual del indio dorado dio lugar al dicho de que el fondo del lago estaba lleno de oro. Y no pasó mucho tiempo hasta que se regó la versión de que no era una laguna, sino una ciudad, un reino completo, el dorado que acumulaba las riquezas. Las expediciones no tardaron en organizarse y fue así como varios grupos de españoles terminaron apoderándose de los territorios de los muiscas. Fue grande igual la decepción: los muiscas no tenían minas de oro ni gigantescas edificaciones doradas, sino que obtenían su metal dorado por medio del comercio con otros grupos vecinos. Siglos después, los científicos e historiadores determinaron que no era la laguna de Guatavita donde se producía el ritual religioso de El Dorado. Esto sucedió en 1990, después de que el periodista colombiano Roberto Tovar Gaitán encabezara una investigación.
