La vida para Alfredo Fredes (48), Pascuala Quinteros (55) y su hija Noelia (18), era otra en el chimbero barrio René Favaloro. De sudores, sufrimientos y peleas diarias contra la necesidad. Con Pascuala y sus changas de doméstica. Con Alfredo sumando kilómetros en bicicleta buscando cartones. Con Noelia atendiendo un improvisada sala de videojuegos. Pero vida al fin y tranquila, sobre todo. Porque en el barrio tenían casa propia después de 13 años de sobresaltos con peleas de muchachos en la calle, de noches a tiros y días de pasar encerrados y sin la rutina normal de un vecindario común en la ex Villa Dorrego de Concepción, Capital. Y todo para no tener problemas con nadie. Casa propia, después de vivir de prestado en lo de sus familiares. Pero 7 años y 4 meses después, esa tranquilidad y la sensación del techo seguro, se esfumaron violentamente. Al punto de quedar en la calle, sin casa ni cosas, otra vez viviendo de arrimados y algo más grave, con colchones prestados tirados en el piso para pasar las noches en un comedor y miedo a salir a la calle, porque amenazaron con matarlos. Y todo por una mentira: el pasado 1 de agosto una nena vecina de 11 años, dijo que pasó la noche en lo de los Fredes-Quinteros y que allí un chico de 17 años la violó mientras un hermano de ese joven la sujetaba, sin que los dueños de casa hicieran nada a pesar de sus gritos.
Pareció la excusa más acertada para evitar reprimendas paternas por la noche de ausencia y por aparecer con un ‘chupón’ en el cuello y otro en un seno.
Sin embargo, aquella versión haría estallar una violencia vecinal insospechada. Y cuando un médico de la policía estableció que la niña aún estaba virgen y que se descubría la mentira (al parecer había una relación amorosa con el inexistente violador), los daños parecían irremediables.
Aquel 1 de agosto el chico en cuestión fue brutalmente golpeado e incluso atacado con agua caliente en la casa de la niña. Pero fue una consecuencia menos perjudicial en comparación con lo que les pasó a los Fredes-Quinteros. Insultados hasta el hartazgo, aquel día un grupo de policías debió rescatarlos para que no los lincharan y al final no pudieron impedir que unos 200 vecinos descargaran su furia a pedradas contra su casa, su soñada casa, que además de ser destruida dejó a la familia sin nada: tres camas cuchetas, un juego de dormitorio, una mesa y seis sillas, un aparador, dos televisores, un equipo de música, un celular, una cocina, un freezer, el DVD, una silla giratoria, herramientas, ropa, calzado.
Aquella jornada de violenta confusión, también se llevaron las puertas, las ventanas, el bidet, el lavamanos, un carro para autos y otro más pequeño que Alfredo tiraba en bicicleta cuando salía a buscar cartones, porque con la ayuda estatal de 150 pesos no alcanza para nada. Las tres máquinas de videojuegos y una fonola, se salvaron porque el dueño las retiró antes del ataque.
De aquellas cosas robadas sólo el freezer, la silla giratoria, el DVD, tres colchones y una bicicleta recuperó la policía en manos de una mujer, señalada como una de las principales promotoras del ataque a la casa de Alfredo y Pascuala, esa en la que también cobijaban al hermano de la mujer, Ramón, desde diciembre sin poder ayudar a causa de un accidente que le destrozó una pierna.
Pero a falta de una orden judicial, Alfredo y Pascuala aún no pueden recuperar esas pocas cosas. Y tampoco cuentan con un fallo judicial que desaloje de su casa a un particular grupo de usurpadores, una joven, sus hijos pequeños y su madre.
-¿Perdonarán a la familia de la nena y a los vecinos que los echaron a pedradas?, preguntó este diario.
-“Lo que han hecho no tiene perdón. Nunca tuvimos problemas con nadie en el barrio, pero no queremos saber nada con esa gente, fueron a hacer daño para dejarnos en la calle, si no tendríamos esta casa que era de mis padres no tendríamos a dónde ir. Ellos están en su casa tranquilos, nosotros en la calle”, asegura Pascuala, con un brillo de indignación en sus ojos.
-¿Volverán al barrio?
-“No, cuando nos sacó la policía sabíamos que ya no volveríamos a nuestra casa, con lo que han hecho no se puede volver, además porque una tía de esa nena, que se juntaba afuera con el novio porque nunca durmió en nuestra casa como dijeron, amenazó con matarnos cuando nos viera en la calle. Y ahora tenemos miedo cada vez que salimos, así es muy difícil vivir”.
-Pero la casa es de ustedes…
-“Sí. Hemos hecho la denuncia de usurpación y la queremos recuperar, pero para ver si el gobierno nos autoriza a cambiarla por otra”, dice Pascuala, mientras se aguanta un nudo en la garganta para no estallar en lágrimas.
“Queremos justicia, somos pobres y vamos a seguirla peleando, pero tiene que haber justicia para nosotros”, pide Pascuala, quebrada.
