‘Dale má, que la nena se nos está acercando y nos va a pasar’, le decía el chico rubio a su mamá, cruzando la Plaza 25 de Mayo, mientras miraba desesperado hacia atrás. Y la mamá, que había aflojado el ritmo, apuró el paso como pudo. ‘Apurate, vamos, que acá en los juegos recuperamos tiempo y ganamos como 10 lugares’, alentó Juan Cruz a su padre, antes de enfrentarse a un inflable, al juego de los contenedores y a arrastrarse por el pasto en la parte final de la prueba para la categoría Padre e Hijos. Los niños, en una carrera tan especial como la Aventura Urbana, ganaron protagonismo a lo largo de las ediciones y ahora hasta van empujando a sus papás. Además ocupan un rol tan importante para la organización, que algunas pruebas en los Puestos de Control (PC) son encaradas exclusivamente por los chicos. La VII Aventura Urbana, a cargo de la Municipalidad de la Capital, se desarrolló ayer exitosamente por las calles de la ciudad y este año reunió a 850 equipos conformados por dos personas.

Como ya la prueba lleva siete ediciones, algunos de los niños que fueron llevados por los padres en changuitos en 2008 ahora son incipientes atletas y tienen bien adquirido el ritmo y los desafíos de la carrera. Por eso es que también prácticamente van llevando de la mano a los padres, desde la largada misma rumbo al primer PC, que estaba en una óptica de Central pasando Entre Ríos. El sello del pasaporte en el PC 1 fue rápido y entonces los equipos volvieron sobre sus pasos hasta una heladería por Rivadavia y después al trote hasta la Catedral, para cruzarse al Teatro Municipal, buscando los PC. La otra posta fue hallar el ceibo de la Plaza 25 y tras pasar por la Peatonal, padres e hijos encararon la última parte, la de los juegos en la Plaza Aberastain. ‘Este es tu momento, sólo lo podés hacer vos’, le dijo un papá a su hijo, antes de alentarlo a entrar al inflable y esperarlo del otro lado. Ahí, mamás y papás aplaudieron y apoyaron a sus hijos, que tenían que vencer la tentación de quedarse a jugar. Tras esa posta, los niños debieron guardar fichas en contenedores, también solitos, y luego, otra vez de dos, arrastrarse por debajo de unas cuerdas entrecruzadas que armó el Ejército. El último paso fue entrar a la Municipalidad, bajar las escalinatas y ver la esperada bandera a cuadros, para cerrar una mañana increíble.