San Martín se quedó con gusto a poco por varios motivos. Es que en el presente que vive, sumar de a uno no tiene mucho peso propio. Además, la falta de confianza por la que atraviesa, necesitaba de un golpe emocional fuerte para terminar de convencerse de que puede quedarse en Primera sin que le falte nada. Necesitaba ganar. Voltear a un grande para tomar aire y amor propio y no pudo hacerlo. Dejó una mejor imagen en el final del partido y no fue casualidad porque tácticamente terminó jugando como debió haber empezado: con juego por los costados, con laterales profundos. Con otra concepción del juego, más asociado, más colectivo. Ese San Martín del final debió ser el San Martín del principio. Arriesgando algo más, apostando a ganador en serio. La primera faceta de San Martín fue la del primer tiempo en la que se diluyó en pelotazos frontales para sus puntas, sin tener la profundidad necesaria para quebrar a un Racing que se le movió bien al compás de Gio Moreno y que lo inquietó en defensa varias veces. En el segundo tiempo, San Martín intentó otra cosa y en los últimos 20’ de partido, fue el San Martín que tiene pretensiones de verdad. Se jugó Garnero -algo tarde- con los ingresos de Nuñez, Graf y Bogado, poniendo a Galarza en el lateral derecho y dándole más juego por los dos costados. La posición de Poggi, a las espaldas de Yacob y por la izquierda, le entregó desequilibrio. Algo que no había tenido en el primer tiempo. San Martín ahí generó lo que necesitaba para poder soñar con un triunfo. Ese es el camino y más allá del empate que no sumó demasiado en todos los aspectos, en la lectura final le entregó esa realidad: el del final debió ser el San Martín del principio.