Hay tanto de místico en el fútbol que a veces parecería ya no ser solamente un deporte. La mezcla de fe, sensaciones, goles y partidos se enlazan casi caprichosamente como para entregar día a día un caso testigo más. Una muestra de que el fútbol no es solamente fútbol… Cómo será el ángel que tiene que Martín Palermo terminó adueñándose del Mundial para los argentinos con sólo 10 minutos en cancha, con un gol y con mil sensaciones. Ese abrazo total, absoluto y auténtico de toda la delegación argentina después de su tanto ante Grecia no fue casualidad. Palermo, el Palermo de movimientos torpes, ese mismo que no perdona cuando cabecea y que tiene el gol en el alma, es ante todo, un gran tipo. Un loco lindo. Capaz de vestirse de mujer para Olé, solidario, comprometido, hombre récord en la historia de Boca, el único que se le animó a pelearle idolatría nada menos que a Riquelme en el mundo Boca, no liga todo de arriba. Nunca, nunca, le regalaron nada. Desde Estudiantes en sus inicios, en Boca después, más tarde en España y ahora en la selección.

Empezó en los babys de La Plata junto a los mellizos Barros Schelotto y a la hora de elegir colores, Estudiantes fue su elección. Lungo, buen físico, ideal para centrodelantero. Así lo fueron armando en City Bell hasta que llegó el momento de pedir espacio en Primera. Ahí, el Loco empezó a mostrar su chapa porque con el Pincha en la B Nacional, la dirigencia decidió sacarselo de encima: préstamo a San Martín de Tucumán. Martín, obstinado y perseverante, se negó a ir y la peleó siendo el último delantero del plantel que dirigían en ese momento Russo y Manera. Lo hizo. Se ganó un lugar en el plantel que subió y Estudiantes tenía ese delantero que luego estallaría con la camiseta de uno de los grandes: Boca Juniors. Palermo tenía chances de ir a River, pero testarudo se la jugó con la camiseta de Boca y acertó. Les tapó la boca a todos y empezó a edificar su leyenda en un club al que no es fácil entrar y menos mantenerse. Los ciclos con Bianchi lo pusieron en la cartelera mundial y aquellos goles a Real Madrid en la Intercontinental lo elevaron a la categoría de ídolo. La primera lesión grande, aquel regreso heroico contra River de Gallego por la Libertadores. Condimentos para edificar las primeras páginas de su leyenda.

Estaba pendiente el capítulo selección, con un oscuro y olvidable paso con Bielsa, y también Europa. Fue el Villarreal el que se lo llevó. El Loco, pagó con lo que sabía: goles. Pero el infortunio empezó a dejarlo en offside. Una fractura lo sacó de la meca del fútbol del primer mundo y tenía que volver a empezar y Palermo volvió a su segunda casa: Boca.

La leyenda empezó a sumar páginas. Más títulos, más copas y más… goles.

Quedaba un párrafo en blanco: la selección. Con edad de retiro, de pensar más en estar del lado de afuera de la cancha, Palermo recibió justicia, esa que tarda pero llega. Maradona lo puso en el momento justo, a la hora indicada y el Loco le pagó con lo suyo: goles. Ese milagroso ante Perú que devolvió a Argentina al Mundial y después varios más en amistosos made in tierra adentro que no hicieron más que sellar su pasaporte a Sudáfrica. En la lista de los 23, decían que era el 22 y en la lista de los 6 delanteros que llevó Diego, era el sexto. Esperó su momento. Con la humildad de los que saben que en este deporte, hay un capítulo especial para los elegidos. Le dieron 10 minutos y fueron de fama, porque el Loco pagó con lo que sabe: goles.

No fue casualidad que todos, absolutamente todos, lo buscaran para el abrazo. Palermo, ese mismo loco al que nadie le regaló nada en su carrera y en su vida, se regaló un bautismo de gloria en un Mundial. Nada más ni nada menos.