Paco es un hombre de pocas palabras. Hace más de lo que dice. No se siente cómodo contando que durante las horas que no está recolectando basura por los barrios capitalinos, se dedica a sacar a los adolescentes de la droga. Dice que no necesita que la gente sepa sobre su tarea. Que lo hace para evitar que los chicos terminen en la calle delinquiendo. Paco sabe bien de qué se trata eso. Su hermano fue uno de los delincuentes más famosos que tuvo la provincia: José Alvarez, "El Alvarito", quien murió hace 23 años cuanto tenía apenas 17, en un tiroteo con la Policía. "Con sólo preguntarme si es mi hermano, siento que ya me están condenando. Pero hace años que intento pagar la deuda que dejó él con la sociedad", dice Paco. Un hombre que está en el lado opuesto. Un trabajador incansable que se las ingenia para realizar distintas actividades con los chicos marginales de la zona de Chimbas, Rawson y Santa Lucía.
Minuto a minuto Paco se va soltando. Dice que ve la miseria de cerca y que pone su grano de arena para sacar a los chicos de la droga y hasta de la prostitución. No tiene una asociación ni una fundación. Lo hace todo a pulmón, como puede, como le sale. Golpeando puertas, pidiendo, asesorándose. Fue en la Secretaría de Medio Ambiente donde mejor recepción encontró. Es por eso que desde hace dos años comenzó a trabajar en un plan de reforestación con esos chicos, en varios barrios de las villas erradicadas.
"El esfuerzo físico que hacen los cansa tanto que no les queda más ganas de nada. Los tengo entretenidos y planificando. Además se sienten útiles. Yo no entiendo de psicología, pero veo cómo están cambiando", dice Paco, quien asegura que no pretende reemplazar las instituciones que existen en la provincia y que están preparadas para tratar a los jóvenes con problemas de droga. "Yo no sé de terapias, sólo sé que el trabajo te hace sentir que servís para algo", agrega.
También está trabajando junto a una asociación de músicos que se encarga de organizar recitales solidarios en los barrios que están forestando.
El hombre, que vivió en la legendaria Villa El Chorizo y fue uno de los primeros en mudarse con la erradicación de villas, no trabaja solo. Dos de sus hermanas le sirven de pilar. De Juan José, conocido como Alvarito, ni siquiera habla. El temor a ser estigmatizado por la historia de su hermano, el quinto de once, hizo que Paco haya dejado en el olvido su historia. "Siempre viví de otra manera, al igual que mis hermanas y mis padres. No quiero que los adolescentes terminen como él. Ya pagué todo lo que tenía que pagar por las acciones que él cometió", cuenta Paco a un paso de quebrársele la voz. Y no hace falta más que verlo trabajar a la par de los chicos, haciendo hoyos en la tierra, plantando árboles, regándolos y vigilando para que crezcan fuertes, para entender que su vida fue y es totalmente opuesta a la de su hermano.
Quizás el peso de esta historia es lo que hace que Paco quiera mantener su actividad solidaria en total anonimato. No le importa aparecer en los diarios. Sólo quiere no volver a ver en el rostro de los chicos de su barrio, el de su hermano que participó en el asesinato de un policía y luego murió acribillado. Paco ayuda a unos 20 jóvenes de entre 16 y 20 años, casi la misma edad que tenía su hermano al morir.
En sus ratos libres, Paco es albañil. Tiene 6 hijos y 2 de ellos estudian en la universidad. Y a los 41 años, dice que le queda mucho por hacer. "Le vamos ganando a la droga y a la calle día a día. Yo sé que no es plantar un árbol y listo. Es darles una razón para vivir cada mañana. Eso es lo que intento darles junto a mi esposa que me ayuda en todo", cuenta Paco, enfocándose en el presente y en el futuro.
