Hoy más que nunca nos hace falta trabajar para que haya condiciones de vida dignas para todos. Por desgracia, multitud de seres humanos se encuentran acorralados por todo tipo de miserias humanas. Son muchos los que no tienen asegurado ni su propia subsistencia. Cuando se trabaja con la cultura de la exclusión, en lugar de propiciar un cultivo de acogida, todo se torna ilícito. Por otra parte, el estado de derecho y la justicia suelen brillar por su ausencia, lo que suele propiciar un incremento en la delincuencia organizada, cuestión que impide hasta poder desarrollarnos humanamente.
Trabajar juntos por un mundo más equitativo exige la ayuda recíproca entre los países. De igual modo, el creciente fenómeno de la movilidad humana nos reclama otras actitudes más fraternas. Por esto, la primera y más importante labor se realiza desde cada ser humano. Desde luego, tenemos que fijar unos comportamientos de mayor compromiso, que favorezca la autonomía de la persona, frente a otros modelos que anulan al individuo, ignorando hasta su propia autoestima.
Por tanto, es hora de que la ciudadanía se apiñe, se deje adoctrinar menos, de manera que nadie se considere extraño o indiferente a la suerte de otro miembro de la familia humana. Indudablemente, tenemos que activar muchas más relaciones de avenencia, donde el único lenguaje sea el de la paz. Vivimos unos tiempos de mucha criminalidad. De tal manera, nos cuesta entender que, en apenas tres meses, hayan sido detenidas una treintena de personas en España por su supuesta relación con el terrorismo yihadista.
Únicamente unidos podemos construir un mundo más equitativo y gozar de los derechos humanos. Lo sabemos, pero qué difícil resulta ponerlo en práctica. Sin duda, con una contribución conjunta y generosa de todos y de cada uno, estaremos más tranquilos. Estoy convencido de que ese bienestar, en su globalidad, no existe porque no ponemos empeño en que sea así, lo que nos debilita como ciudadanía pensante. Es otra de las grandes asignaturas pendientes. El día que verdaderamente, la sociedad mundial, promueva en verdad un desarrollo inclusivo con equidad, habremos conseguido cimentarnos como especie. Hoy por hoy el mundo está enfermo. Mientras unos lo acaparan todo, otros nada tienen. No hay sentido social, ni deber de hospitalidad, puesto que los valores espirituales los hemos aparcado, o nos los han hecho aparcar, aquellos dominadores sin escrúpulos.
Ahora bien, sólo desde las exigencias de la justicia social se puede avanzar hacia otro mundo menos dictatorial económicamente. Esta es la gran cuestión. Se trata de restablecer en cualquier lugar del mundo una cierta igualdad de oportunidades para sus moradores. El pasado ha sido marcado demasiado frecuentemente por relaciones de intereses y de fuerza entre naciones. También el presente está siendo marcado por un cierto caos, germinado en parte desde las mismas instituciones lideradas a veces por gentes corruptas, lo que nos dificulta salir de los atolladeros de tantas crisis.
No hay referentes claros ni referencias morales. En consecuencia, todos estamos llamados a asumir responsabilidades para lograr ese mundo mejor.
