Su obra como escritor, como educador, como periodista, como Gobernador de San Juan y hasta como Presidente de la Nación representan la faceta más conocida de Domingo Faustino Sarmiento, el Maestro de América. Pero el núcleo de su pensamiento, la idea que lo llevó a ser lo que significa hoy Sarmiento en la historia latinoamericana, había nacido mucho antes. Fue un viaje, a sus 34 años, lo que le ayudó a concretar el eje de su doctrina: la escuela no debía ser solamente un espacio para adiestrar trabajadores, sino más bien un vehículo para formar ciudadanos y construir la democracia. Este concepto es el que sustenta hasta hoy el sistema educativo nacional. Por eso su ideólogo se ganó el mote de "padre de la educación".

Es justamente su idea de civilización, en oposición a la de barbarie, la que se apoyó en ese concepto. Para Sarmiento, alcanzar la civilización implicaba principalmente adoptar algunos modelos europeos y estadounidenses de desarrollo cultural; y construir, a partir de allí, un modelo nacional que se vertebrara en la educación de sus ciudadanos.

El propio Sarmiento no había inventado esa idea, pero sí era tal vez quien con más claridad podía traducirla, a partir de sus lecturas, en la primera mitad del siglo XIX. Fue incluso la defensa de esa tesis (y los modos de ejecutarla) lo que lo empujó al exilio en Chile alrededor de 1845. El sanjuanino todavía no imaginaba que ese escape desesperado para salvar su vida sería el pasaporte para la instauración de la nueva educación pública.

Ya exiliado, el Gobierno chileno le encomendó a Sarmiento la tarea de recorrer algunos países europeos, que entonces eran modelo de desarrollo, para buscar nuevos horizontes en sus políticas educativas. El maestro desembarcó en octubre de 1845 en Francia. Allí inclusive tuvo su histórico encuentro con José de San Martín, que el propio sanjuanino de encargó de testimoniar. Luego siguió su ruta por Italia, España, Suiza, Austria, Alemania e Inglaterra. Absorbía cada detalle de lo que veía y leía. Y su propia idea cerraba cada vez más gracias a ese aprendizaje.

Pero era otro viaje el que marcaría el quiebre definitivo. Aún en Europa, Sarmiento se encontró en Londres con un libro de un intelectual norteamericano, Horace Mann. El autor escribía sobre el sistema educativo de su país y proponía la educación pública como la esencia de la libertad política, el pensamiento reflexivo y el fortalecimiento de la democracia. El sanjuanino no lo pensó dos veces: alteró por completo su itinerario y se embarcó rumbo a EEUU. Tenía que conocer a Mann.

Sarmiento llegó a Nueva York en agosto de 1847, y a Boston, muy cerca de donde vivía Mann, un mes después. Años más tarde, relataría en su libro Viajes la experiencia, de esta manera: "El principal objeto de mi viaje era ver a Horace Mann, el secretario del Consejo de Educación, el gran reformador de la educación primaria, el viajero como yo en busca de métodos y sistemas por Europa, y hombre que reunía en sus actos y sus escritos un profundo saber".

A esa altura, Sarmiento ya no pensaba solamente en las respuestas que debía darle al Gobierno de Chile. Tras su convivencia de dos días con Mann en EEUU, descubría que había maneras pragmáticas y posibles de poner en marcha un sistema educativo que apuntalara la Nación. Y que podía hacerlo también en su propio país.

No sólo el pensador norteamericano impactó a Sarmiento en aquel viaje. También lo hizo la esposa de Horace, Mary Mann, con quien empezó una amistad que le duró el resto de su vida. Mary, en aquel encuentro, hizo incluso de traductora entre su esposo y Sarmiento, ya que éste no hablaba inglés fluidamente. Pero sí francés, y ella también. Así que el maestro le exponía ideas y preguntas a Mary en el idioma galo, ella se lo transmitía a Horace en inglés, y los tres discutían sobre educación. Sarmiento volvió a EEUU y a la casa de los Mann mucho después, en 1865, tras el fallecimiento de Horace. Y con el sistema educativo, el modelo sarmientino de escuela, ya prácticamente consolidado. El Presidente de la Nación era Bartolomé Mitre y Sarmiento era su Embajador en el país del Norte. Muy poco después, lo sucedió en la Presidencia. Y al cabo de 6 años de gestión, había elevado de 30.000 a 100.000 la cantidad de niños educándose en escuelas públicas.