Francisco nos ha demostrado una vez más en su gira por Estados Unidos, que es el Papa de la gente sin distinción de credos, a quien no se lo puedo encerrar en carátulas, definiciones o lógicas mezquinas. En la viñeta de un diario americano apareció en estos días un republicano y un demócrata que discuten frente al Papa Francisco. "Sobre el cambio climático, está conmigo”, dice el demócrata. "Sobre la vida está conmigo”, dice el republicano. Un poco más lejos, está Jesús, que advierte: "Perdonen, pero yo estoy seguro de que está conmigo”.
Francisco no es ni "progresista” ni "conservador”. Es el hombre genuino del evangelio que interpela aún sin hablar. ¿Dónde radica el secreto? En su coherencia de vida. Es el Papa que necesitaba la Iglesia hoy, hablando el lenguaje de la inclusión, que es el modo comunicacional de Dios. Es el Pontífice que no quiere una Iglesia "ghetto” que se cierra pervirtiendo la fe; o tipo "museo”, con horarios de apertura y cierre, que cuando abre sus puertas sólo se permite ingresar para mirar en silencio. Tampoco la que vive acusando con el dedo levantado para excluir, sino la Madre que con sus brazos extendidos invita a dejarse involucrar en la revolución de la ternura.
En Filadelfia, a los obispos estadounidenses y a los del mundo entero les indicaba que deben dejar de lado el lamento y la queja, sustituyéndolos por el aprecio y la gratitud. Como un sabio sociólogo les describía, con una comparación ingeniosa, los tiempos de antes y los actuales. Por un lado, los conocidos almacenes, pequeños negocios de nuestros barrios y, por otro, los grandes supermercados o "shoppings”. Algún tiempo atrás uno podía encontrar en un mismo comercio o almacén todas las cosas necesarias para la vida personal y familiar, con pocos productos y, por lo tanto, con escasa posibilidad de elección.
Pero había un vínculo personal entre el dueño del negocio y los vecinos compradores. Se vendía fiado, es decir, había confianza, conocimiento, vecindad. Uno se fiaba del otro. Se animaba a confiar. En muchos lugares se lo conocía como "el almacén del barrio”. En estas últimas décadas se ha desarrollado y ampliado otro tipo de negocios: los "shopping center”. Grandes superficies con un gran número de opciones y oportunidades. El mundo parece que se ha convertido en un gran "shopping”, donde la cultura ha adquirido una dinámica competitiva. Ya no se vende fiado, y no se puede fiar de los demás. No hay un vínculo personal ni una relación de vecindad.
La cultura actual parece estimular a las personas a entrar en la dinámica de no ligarse a nada ni a nadie. A no fiar ni fiarse. Porque lo más importante de hoy parece que es ir detrás de la última tendencia. Inclusive a nivel religioso. Lo importante hoy parece que lo determina el consumo. Consumir relaciones, amistades, religiones, consumir. No importa el costo ni las consecuencias. Un consumo que no genera vínculos y que va más allá de las relaciones humanas. Los vínculos son un mero "trámite” en la satisfacción de "mis necesidades”. Y esto incide en la cuestión matrimonial.
En este contexto cultural viven los jóvenes hoy. Muchos de ellos no se casan. De modo interpelante el Papa preguntaba a los obispos: "¿Debemos condenar a nuestros jóvenes por haber crecido en esta sociedad? ¿Debemos anatematizarlos por vivir este mundo? ¿Ellos deben escuchar de sus pastores frases como: "Todo pasado fue mejor", "El mundo es un desastre y, si esto sigue así, no sabemos dónde vamos a parar"? No es este el camino. En la Iglesia estamos invitados a buscar, acompañar, levantar, curar las heridas de nuestro tiempo. Mirar la realidad con los ojos de aquel que se sabe interpelado al movimiento, a la conversión pastoral”.
El problema de la Iglesia y de sus pastores hoy, en la visión de Francisco, es que no entusiasmamos a los jóvenes para que formen familias que correspondan a la bendición de Dios. Creemos que con un somnoliento curso pre matrimonial de tres días ya cumplimos con "nuestro deber”. Por ahí a veces vivimos concentrados en condenar el divorcio y el aborto, pero no evangelizamos animando con franqueza a los jóvenes para que elijan el matrimonio, la familia y la vida.
Como Pastor cercano al dolor, también se reunió en Filadelfia con víctimas de abusos sexuales por parte del clero y de obispos, expresando que lleva grabado en su corazón las historias, el sufrimiento y el dolor de ellos, comprometiéndose a no esconder estos crímenes y a que los responsables rindan cuentas. La arquidiócesis de Filadelfia tuvo que vender el edificio del obispado para indemnizar en parte, a las víctimas de abusos. Con firmeza y "tolerancia cero”, el Papa expresó que en todas las circunstancias, la traición fue una terrible violación de la dignidad humana.
La misericordia, que es el segundo nombre del amor se demostró en su visita a los presos, en la cárcel masculina más grande de Filadelfia, con cuatro bloques de detenidos, que son, en conjunto alrededor de 2800. Allí dejó su dosis de esperanza, abrazando a cada uno de los reclusos, destacando que todos somos buscados por este Maestro que nos quiere ayudar a reemprender el camino, dejando la reclusión para vivir la inclusión. Un Dios que no nos pregunta a dónde hemos ido, ni nos interroga qué estuvimos haciendo, sino que viene a nuestro encuentro para ayudar a recomponer nuestro andar.
Los mayores enemigos de Jesús, hace dos mil años, no eran los pecadores, las prostitutas, los publicanos o los ladrones. Fueron los hombres de religión de la época, aquellos que se consideraban justos y perfectos. Son los mismos que hoy pretenden encasillar al Papa en sus pequeños esquemas y prejuicios, para que nadie los ponga en discusión ni los provoquen. En su viaje a Estados Unidos, muchos han aprendido a conocer más a Francisco y su testimonio, que sorprende aún cuando no habla.
