Martina Chapanay es llamada inapropiadamente "la bandida buena" porque su historia nos llega de manara parcial, deformada, mezclándose el mito con la exageración de sus hazañas y erróneas cronologías.
Es cierto que ella fue una ladrona. También es cierto que ayudaba a la gente. Pero parece no ser verdad que ella ayudara robando.
La única biografía escrita de esta enigmática mujer es "La Chapanay", de Pedro Echagüe. El autor nos cuenta que Martina empezó como una ladrona al integrar la banda de su novio Cruz Cuero, después de huir con él de la casa de su patrona, Doña Clara Sánchez, y de haber cometido terribles fechorías en toda la región. Pero el hecho que cambió el rumbo, para siempre, de la vida de Martina fue el crimen de un muchacho extranjero. Cruz Cuero le pidió a ella que lo matara, a lo que ella se negó ya que el muchacho pedía clemencia al explicar que debía cuidar a su madre anciana.
Ante la negativa, Martina fue golpeada y azotada por Cuero hasta perder el sentido. Al despertarse vio que el muchacho había muerto por un disparo de trabuco en la cabeza. En ese momento, todo el amor que había sentido por Cruz Cuero se transformó en odio y comenzó a esperar pacientemente que llegara el momento oportuno de entregarlo a las autoridades. Finalmente lo consigue al escapar con un joven miembro de la banda. Ambos se entregaron a la policía y dieron detalles precisos de donde estaba el enorme botín obtenido por los malechores, escondido en una cueva de la zona de Pata (hoy Pie) de Palo.
Martina quedó presa cerca de 4 meses, y al cabo de ese tiempo, la policía logró dar con la banda de forajidos, lanceándolos a todos.
El botín fue restituido a sus dueños casi en su totalidad, salvo un crucifijo y las caravanas de oro robadas en la iglesia de la Virgen de Loreto, en Santiago del Estero, por "el doctor", un joven de buena familia sanjuanina que cayó en malos pasos, al unirse a la banda.
A Martina se le perdonaron sus delitos y volvió a la casa de su antigua patrona. Pero ésta no le enseñó a leer, y para compensarla tras dos años de servicio, le da su libertad, dándole un caballo, provisiones y ropa de gaucho.
Antes de volver a Guanacache, le prometió al jefe de policía que enmendaría su vida. Llegó a lo que fue antes su casa, lloró y rezó pidiendo perdón y fuerzas para enmendarse. Pero, tras el recibimiento hostil de sus antiguos vecinos, se fue de allí. Se dedicó entonces a recuperar ganado rezagado y perdido, construyó refugios para viajeros, mantuvo a raya a ladrones y cuatreros, con lo que sus antiguas fechorías fueron olvidadas y fue ganándose el respeto de los pobladores, en especial de los ganaderos locales.
Su accionar fue tan implacable en contra de los delincuentes, que vinieron dos asesinos mendocinos apodados "Los redomones" a matarla. Ella los encontró después de que éstos mataran a un hombre. Su perro Oso detuvo a uno, Martina mató al otro y entregó a la policía al sobreviviente, junto a los caballos y el botín recuperados. Cuando ella entró a San Juan, una multitud salió a recibirla como a una heroína. Ella aceptaría algunas provisiones como pago por su servicio a la sociedad.
Luego vendrían otras hazañas de Martina, como la tutoría de Ñor Feliz, a quien hizo hombre, pero que huyó de su lado. El puma que casi la mata en los bosques de Córdoba al regreso de seguirle la pista del joven; y la ayuda a los dos unitarios que escaparon a nado tomados de y trenzas.
Murió en Mogna, en paz, como una buena cristiana. Entregó las caravanas de oro a un fraile, que casualmente sería "el doctor", que en el momento de la emboscada que acabó con la banda de Cuero, escapó y prometió a la Virgen de Loreto enmendar su vida.
Si bien habría en el relato de Pedro Echagüe algunos detalles novelescos inciertos, sería verdad que Martina no se dedicó al delito como forma de hacer "justicia social", ya que vivió sin esconderse de la gente y de las autoridades, inspirando respeto y admiración.
Para concluir, deberíamos dejar de llamar a Martina como "la bandida buena", ya que el bandidaje como modo de vida fue algo que ella dejó en el pasado, pero que nunca olvidó y trató de enmendar ayudando a quien pudo, arriesgando su propia integridad.
La novela citada debería reeditarse para su mayor difusión, ya que sólo encontré un ejemplar editado en 1931 en la Biblioteca Franklin, con prólogo de Margarita Mugnos de Escudero. Y también debería hacerse una película, para que la memoria de esta bravía mujer sanjuanina no siga deformándose.
