El peronismo, esa fuerza aglutinante con características peculiares sorprendentes, tiene una historia de 65 años, considerando que su nacimiento se produjo el 17 de octubre de 1945. Su alumbramiento no fue el partido político ni fue, tampoco, su primaria aspiración. Los cientos de miles de analistas políticos y narradores de la historia en el país o desde el exterior -que también se cuentan por miles-, no han acertado siempre a definirle como lo que es. En ese tramo de la historia argentina, con dispar opinión y descripción desde toda disciplina y posición ideológica, los enunciados se diluyeron en un marco de disímil interés manifiesto en variadas formas de expresión. Los argentinos, más amigos de la crítica que de la creación, en la visión de los hechos de la vida y de las cosas, fuimos descubriendo la historia al amparo de un absurdo cobijo del apuntador mentiroso: "la historia la escriben los que ganan".
Se podría asegurar que la controvertida realidad de esa avasallante fuerza política llamada peronismo rebasó de ridiculez al avezado especialista del análisis político como al circunspecto escritor cuando intentó la futurología, ciencia rara de la audaz careta humana.
Posiblemente el juicio que equivoca la posición de la mira al parcial observador estriba en que la fuerza del peronismo no radica en su expresión como partido sino en la condición de movimiento nacional. En esto difiere sustancialmente con todas las organizaciones socio-políticas del país y de América. Incontables elementos se conjugan en su propia conformación piramidal interna y de cara a la sociedad que sólo puede conocer quien se inmiscuye en su funcionalidad orgánica. Por ello, no es dable garantizar la valoración objetiva de este Movimiento situándose a la distancia ni desde cualquier lugar del enmarañado tejido social. Desde las consecuencias, el ciudadano argentino no necesitó explicación para conocer que los "gobiernos militares" eran organizados, que supieron siempre lo que querían cada vez que usurparon la democracia y que, a partir de Uriburu, se perfeccionaron pero no lograron consenso en su accionar con el pueblo argentino por no contar con un modelo nacional.
En esa diferenciación tangencial la excepción pueblo-militar fue, precisamente, el coronel Juan Perón, de la misma cepa castrense pero con el óleo sagrado suficiente para mejorar la estrategia del irigoyenismo y del "movimiento militar", fundiéndola con el pueblo. De esa causalidad generada por el conductor, el inconfesable interés sinárquico torció la pluma soslayando sostenerse, al menos, en la objetiva realidad que dan los hechos. Juan Chamero, estudioso del método propuesto por Perón para la comprensión práctica e intelectual de su magna fuerza movimientista, estaba convencido que Perón, si bien tenía excelentes concepciones al momento de asumir la Secretaría de Trabajo y Previsión, no tenía aún su Modelo Argentino, ni una doctrina con consenso nacional. Perón, que tenía ideas nacionales y sensibilidad popular, concibe primero el Justicialismo, como Movimiento Nacional para reivindicar los derechos del pueblo trabajador, en segundo lugar concibe la Doctrina Justicialista y en tercer y último lugar intuye un Modelo Argentino. Desde el punto de vista del método, el orden tendría que haber sido exactamente el contrario: primero el modelo, luego la doctrina y por último la acción, el movimiento, el partido. Perón era un excelente metodólogo, pero era aún mejor creador, mejor genio intuitivo, de lo contrario no podría haber sido un conductor.
Perón sacó experiencia de sus gobiernos y sabía qué quería para su pueblo. Conoció el poder de los intereses dentro de los cuales se mueve nuestro país y conoció profundamente al hombre argentino, sus grandezas y sus debilidades. Concibió desde su elevada intelectualidad y posición estratégica, un movimiento transformador y predicó hasta el cansancio sobre las distintas etapas de una revolución trascendente que debía cumplirse en paz para institucionalizar un nuevo modelo de vida y de gobierno. El concepto y ejercicio de la soberanía política e integración latinoamericana de la mano de Néstor Kirchner ha cumplido una parte del sueño grande de Perón que debe cimentarse en la etapa continentalista hacia un universalismo recuperador del hombre sumido en la globalización rentista y materialista. Es fundamental para ello la independencia económica de todos los países hermanados en esa causa común. El liderazgo político, como se ha podido observar, lo encarna la República Argentina por esa organización y conciencia heredada, aunque hayan países como Brasil con mayor desarrollo industrial y económico que acompañan y protagonizan este nuevo tiempo con inteligencia y convicción. Ese movimiento que sin tener forma jurídica existe igual, es el reaseguro donde descansa la dinámica militante de la idea revolucionaria.
