Hace unos días, un amigo de la infancia recordaba que, algunas veces cuando terminábamos de jugar a la pelota en la canchita frente a mi casa, mi madre les invitaba una tasa de yerbeado. No tenía yo presente esa hermosa remembranza.
El yerbeado, infusión de yerba mate, también conocido como "mate cocido”, podríamos decir con bastante realismo que es la "bebida nacional”. No es este apunte el sitio para destacar sus virtudes, sí para repasar el lugar que ocupa entre las cosas entrañables.
Mucha gente humilde lo tiene como escudo contra el hambre, solo o con leche. Ha consagrado casi todas las cosechas, al caer la tardecita, cuando algún romance provinciano se ha apuntalado en la simple ingenuidad de dos miradas cruzadas y dos manos ajadas que acarician cielo bajo parrales donde el vino ha de ser mañana fruto y rito. Sé de gente que pasa casi un día entero bajo el sustento de este simple alimento, porque "otra cosa no hay”.
Recuerdo con dolor que estando en una reunión política en el campo, un bebé lloraba desconsoladamente hacía varios minutos prendido al pecho frágil de una joven madre. Cuando le pregunté qué le pasaba a la criatura, me dijo que ella no tenía leche porque no comían desde el miércoles, salvo un poco de yerbeado salteado. Era la noche de un sábado hasta hoy hondamente amargo.
Esa noche culminaba el servicio militar en San Luis. Felizmente, podía irme antes que otros. Eran las seis de la mañana de un invierno feroz. El suboficial aprovechó para mandarme a traer el enorme tacho con yerbeado para la tropa que ya estaba formada en el patio. Cuando venía con la carga repleta, en la oscuridad tropecé con una irregularidad del piso y el tacho rodó de mis manos perdiéndose casi toda su preciada carga. Viendo que nadie se había dado cuenta del tremendo accidente, desesperado corrí hasta la cocina. Casi llorando, porque me perdía la salida de la milicia, conté lo ocurrido al oficial a cargo, quien disparó una frase hasta hoy imborrable: "el yerbeado no se le niega a nadie; te pongo en el tacho todo lo que tengo”, y guardó el secreto.
Con la nostalgia en foco sobre aquellos episodios, confirmo que la noble infusión criolla integra uno de nuestros gestos solidarios básicos. Que hay cosas que nos unen hasta la médula y que son patrimonio de todos, esa mano tendida con "lo que hay”, la caricia cálida de la amistad, el hacerle saber al otro que puede contar con nosotros.
(*) Abogado, escritor, compositor, intérprete.
