No fue un partidazo. No como aquel de la semana pasada en el que el propio Boca cayó ante Independiente. Ayer, en un colmado Estadio del Bicentenario, allá en Pocito, el Xeneize jugó a “lo Falcioni”. Así le ganó a San Martín. Solamente por 1-0. Casi como siendo amarrete. Sin sobrarle nada, pero tampoco sin sufrir al límite. Aprovechó, a lo máximo, tal vez el descuido más doloroso del equipo sanjuanino. Porque San Martín tuvo otros, pero pasaron desapercibidos porque su rival no convirtió. Pero el del minuto 25 del segundo tiempo fue letal. El Pelado Silva se llevó las marcas, en especial la de Alvarez, que lo paró durante todo el partido. Landa, de muy buena actuación, llegó tarde al cierre y Walter Erviti aprovechó para correr por la izquierda y vencer, con un tiro bajo y esquinado, la estirada infructuosa de Pocrnjic. Esa fue el gol. Esa, la diferencia.
Que podría haber empatado San Martín, es cierto. Que podría haber hecho otro más Boca, también. Pero lo real y contundente es que el Xeneize se llevó los tres puntos pegando una puñalada en la mitad del complemento. Y eso, en el fútbol de hoy que se mueve con calculadora y en completa paridad, es todo.
El todo fue una fiesta. El marco, decididamente espectacular. Algo a lo que los porteños están acostumbrados pero que los sanjuaninos pocas veces vivimos. Antes, durante y después del partido. Adentro de la cancha los dos equipos lo sabían. Lo presentían. Por eso la primera media hora de juego tal vez haya sido la mejor. San Martín salió decidido a atacar a Boca. Lo sorprendió. Con buen fútbol. Tocando con precisión y creando espacios. Dos centros cruzados (en los que tuvieron su chances Poggi y Mas) dejaron desairados a los defensores visitantes. Affranchino probó pero su tiro salió débil.
Después, Boca se fue acomodando y emparejó, al menos en chances. Fue porque Mouche se hizo una pesadilla por derecha. Por su velocidad. Tiró dos centros que nadie los capitalizó. Y después cabeceó dos veces al gol, pero lo hizo apenas desviado.
A pesar que Poggi no estaba como en sus mejores tardes, otra vez el local tomó la iniciativa pasando los 30 y cuando ya todos se habían refrescado (el árbitro dio un par de minutos para eso). Inclusive tuvo un par de lujos desaprovechados.
El complemento fue otro. San Martín fue perdiendo fútbol. Ya no buscó asociarse por abajo sino que el pelotazo le quedó como arma casi permanente. Boca no se salió de lo suyo. Se defendió y trató de atacar como pudo, que no fue mucho. Hasta que llegó el gol de Erviti. Y desde ahí todo cambió. La visita, con más tranquilidad, empezó a aprovechar los espacios y sus contras metieron miedo a pesar que los delanteros nunca le terminaron dando forma.
Y San Martín fue para adelante como pudo. Con los nervios por ese entonces como aliados. Algo perjudicial si se quiere, porque cuando llegó a los últimos metros le faltó frialdad para definir. Grabinski metió un cabezazo de empate pero salió apenas desviado. Fue la más clara y nada más. Ganó Boca, ganó su oficio.
