Un notable impacto en el conglomerado social, y en forma particular desde la óptica política, lo constituye la organización discursiva: qué se dice, a quién se lo dice, cómo, por qué y en qué circunstancia.
Tan antiguo como el hombre es este nivel de comunicación expuesta pero hoy adquiere perfiles muy nítidos al observar los nuevos rumbos de la argumentación y las otras formas de entendimiento de la dirigencia con los futuros votantes. El discurso como tal se mueve en dos planos llevados siempre por el orador con su presencia que no debe sufrir alteraciones evidentes, pasar del enojo a la euforia por ejemplo; de la reprimenda y el señalamiento a la simpatía más profunda; de los intentos de rectificación a veces infructuosos porque en la imagen mental de los grupos se abren numerosos interrogantes.
En la respuesta rápida, concreta, racional está el enfoque que nos aleja de la simple masificación para sumergirnos en sectores movilizadores que refuten, reaccionen y se ocupen de sostener la libertad de expresión. Ya el mismo vocablo de raíz latina nos dice que expresar es sacar desde la esencia misma del ser todo aquello que lo conmueve y que lo obliga a salir de su inercia para unirse con otros en ideas convergentes y dinámicas.
Si la discursividad política es vacía, roza con lo vulgar, con lo tangencial y exalta desmesuradamente los logros obtenidos la palabra pierde fuerza porque los mismos hechos la contradicen. El uso de eufemismos, es decir, tapar la realidad con la verdad que sólo cree un sector, no refuerza la potencia de la idea; la deja morir en las dudas más urgentes porque no da soluciones sino que se basa en contradicciones e incoherencias.
Las leyes del auditorio deben respetarse: la unidad psicológica, nunca subestimando al público; la emotividad, no exacerbando los sentimientos de adherentes y opositores para no provocar enfrentamientos y finalmente no vulnerar la ley de creencias porque allí está el sentimiento más genuino del pueblo. Pensar antes de hablar es una regla de oro; decir lo concreto y directo; prometer lo posible y creíble y callar cuando sea necesario no haciendo del silencio un arma que confunda y preocupe son claves en el camino hacia el entendimiento de la sociedad global.
No hay más realidad que la promesa cumplida. Si el líder no tiene en cuenta ese mandato interior las palabras solo serán una construcción y no habrá avance ni progreso, sólo un conjunto de frases lanzadas desde el oportunismo y no con la actitud cívica que esta hora requiere.
