Desde que SS Juan Pablo II publicara la Carta Encíclica Evangelium vitae sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, el 25 de marzo de 1995, este documento se convirtió en la carta magna de los movimientos que en el mundo están comprometidos activamente a favor de la causa de la vida humana.
El derecho argentino protege la vida del niño por nacer desde el momento de la concepción; sin embargo, crecen continuamente las presiones ideológicas para obtener un cambio en nuestro ordenamiento jurídico que permita legitimar el aborto, siquiera en algunas circunstancias. La Argentina está siendo víctima de una ofensiva de sectores que trabajan con persistencia -en el ámbito legislativo y mediático- para legalizar el aborto y favorecer su aceptación por parte de la sociedad. En pleno siglo XXI, cuando tanto se proclaman los derechos humanos, cuando ya se ha demostrado científicamente que la vida humana comienza con la concepción o fecundación, quién hubiera de decir que el lugar de mayor riesgo para la vida de un niño es el vientre de su madre.
La pregunta que hacemos es la siguiente: "El ser concebido, ¿es un ser humano?”. Y si lo es -como ha sido demostrado científicamente- entonces, ¿por qué matarlo?
El primer derecho de una persona humana es su vida. No es el reconocimiento por parte de los demás lo que constituye este derecho, sino que el mismo emana de su naturaleza humana y exige ser reconocido. Negárselo es totalmente injusto. La sociedad debe respetar tanto la vida del anciano, del enfermo, del niño, como del embrión humano. El respeto a la vida humana es algo que se impone desde que comienza el proceso de la gestación. Con la fecundación, queda inaugurada una vida que no es ni la de la madre, ni la del padre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo.
La razón humana excluye el derecho a matar directamente a un inocente. Ninguna de las razones propuestas para justificar el crimen del aborto puede dar derecho a disponer de la vida en sus comienzos. Entonces, por idénticos motivos por los que los padres no pueden matar a sus hijos ya nacidos, tampoco pueden hacerlo con los que están aún en gestación.
