Fue en Retiro, apenas bajé del colectivo, entré a una confitería de la misma terminal a desayunar y ahí empecé mi rosario de desaciertos, le pedí al mozo lo que yo siempre tomo, un café con leche y dos semitas, vos sabés que el tipo me hizo una cara no de desconocimiento, mas bien de horror: "Eso que usted desea no tenemos, le puedo ofrecer medialunas", dijo, me quedé en el molde y le pedí tres, ahí el otro me mató, "¿de grasa o de manteca?", no supe qué decirle.

Quise subir en el asiento de adelante del taxista y me sacó a los piques para atrás. Le pregunté si conocía algún espectáculo musical interesante para la noche. Seco y tajante me dijo: "En Buenos Aires hay cientos de espectáculos musicales". Le pedí que me llevara a conocer el Obelisco, me arrancó la cabeza.

¡Que lindo es ese monumento! Ya desde varias cuadras antes de llegar lo pude divisar, ahora no sabés lo que fue cruzar la 9 de Julio con las dos valijas y el bolsito de mano. Che, y después de andar un poco por calle Corrientes mirando los famosos teatros, se me hizo el mediodía, entré a almorzar a un comedor, pero en la carta la mayoría de los platos estaban escritos en inglés. Le pedí una recomendación al mozo y me sugirió bife de chorizo, me gustó, le dije que me trajera un choricito y una morcilla, me aclaró que eso se llama matrimonio, que el bife de chorizo es un corte vacuno de cisura más bien gruesa. Acepté, con una buena ensalada mixta, ¡un asco, loco! A estos porteños le gusta todo crudo, al bife le salía sangre por todos lados. Ahora, con lo que me cobró por la botella de vino sanjuanino que de chiripa encontró en la estantería, me alcanzaba para comprar varias acciones de la bodega.

Me puse contento cuando vi que la ventana de la habitación del hotel daba a la calle. Me quise morir a la noche. El ruido de las bocinas de los autos, los motores de los colectivos, las sirenas de la Policía no paran nunca, no me podía dormir y al otro día tenía que ir lúcido al curso de perfeccionamiento de la empresa.

Seguí al pie de la letra, porque lo anoté todo, las indicaciones que me diste para ir en subte hasta Congreso, pero no me dijiste nada sobre cómo poner la tarjeta y pasar el molinete. ¡Sabés la cantidad de tipos que me insultaron porque por mi culpa perdieron el tren!

Me tenté con un Mc Donald’s, le pedí una simple hamburguesa y empecé a decir que sí a todas las preguntas de la piba. Salí con tres cajitas felices, dos copones de bebida, doble caja grande de fritas, un postre gigante y tres muñequitos Aliens, pero me felicitaron porque fui el único en el mes que había aprovechado todas las promociones.

Bueno, mañana nos vemos y te sigo contando las cientos de anécdotas que tengo del viajecito a la Capi. Eso sí, una cosa más: en las catorce horas de vuelta en el colectivo, me vine cantando bajito esa de Tarragó, "En Buenos Aires los zapatos son modernos, pero no lucen como en la plaza de un pueblo".