Siguiendo al mandato de sus ancestros, sanjuaninos, puntanos y mendocinos celebran cada lunes un encuentro alegre donde se manifiesta el amor por la música cuyana. Herederos del legado de artistas de otras épocas, esta corriente de cantores y guitarreros se hace llamar ‘Los Luneros del Quinto Cuartel’ y son los responsables de preservar una tradición, popularmente conocida como ‘lunes tonaderos’. Para ellos es un feriado en el almanaque; llueva, haga frío o corra viento Zonda. No existen excusas para ausentarse. Por más de 90 años ininterrumpidos, compartir un asado, brindar por los seres queridos y cantar por esos amores perdidos, representa una cita irrenunciable para los ‘luneros’ en el distrito pocitano.
El punto de reunión es el salón de la Unión Vecinal del Barrio del Quinto Cuartel, que se convirtió en el último refugio de la tonada; un rincón humilde donde ‘las mejores guitarras de Cuyo’, como dicen los sabios lugareños, se reúnen para regalar serenatas. El espacio está ubicado en Chacabuco entre las calles 8 y 9, (15 kilómetros de la ciudad Capital) en medio del entramado verde de las fincas cercanas, terreno donado por un conocido bodeguero de la zona llamado Federico Picón. Como telón de fondo, impacta la imponente imagen de los cerros recortándose en el horizonte al mismo tiempo que se escucha el cantar de las aves, reposados sobre álamos, moras y eucaliptus del lugar. Un poco más allá, los rayos del sol otoñal refractan en los vasos de vidrio, llenos de ese elixir que invita a los tonaderos a que pongan su color tinto a versos como ‘Cuanto te dí el primer beso, me pareció como un sueño…’ (Tonada escrita por Sergio Tomás Arenas). En ese momento, el sagrado ritual da su inicio con las cuerdas de Omar Camargo, Abelino Cantos, Ernesto Villavicencio (hijo) y varios compadres que lentamente se prenden a la farra.
Entre tonada y tonada, llega la hora de la siesta y el olor a madera de mora quemada estimula el apetito. Mario ‘El Capitán’ Aguilera, es el encargado de avivar el fuego y cocinar pollo al disco con verduras. Mientras tanto, Víctor ‘Escopeta’ Páez -uno de los referentes de la barra de amigos del Quinto Cuartel- relata: ‘Hubo un tiempo en que los luneros se juntaban en mí casa, otras veces en la casa de otro amigo y después nos fuimos a la plaza del barrio; los demás vecinos se molestaban tanto porque hacíamos mucho barullo según ellos. Y hace cuatro años, la comisión de la unión vecinal nos dio el espacio para mantener viva esta tradición’.
Nada de bombos, ni teclados, ni guitarra eléctrica. En este espacio suena únicamente la tradicional guitarra cuyana. ‘La gente viene a celebrar y a defender a la tonada’, remarca el presidente de la institución, Don Ramón Herrera. Quienes pertenecen a esta congregación, la mayoría son trabajadores, con la tez curtida por el sol y la tierra. Algunos llegan en bicicleta, otros en auto y camionetas, o simplemente a pie.
Hombres siempre sobran, no es común ver mujeres, aunque existen ciertas excepciones. ‘A ellas se las respeta. No hay peleas, nadie busca problemas aquí. Muchos nos acusan de que sólo nos emborracharnos y perdemos el tiempo farreando, la verdad no es así. El que viene aquí es bienvenido con los brazos abiertos’, comenta Herrera.
Cuando hay una pausa en la tocada, el guitarrero Omar Camargo aprovecha para meterse en la charla: ‘Pregonamos lo nuestro con este paisaje incomparable. Las montañas, las chacras y los amigos, esto es único. Me corre una lágrima cuando me doy cuenta lo que significa la tonada, ella nos transita por las venas’. Por su parte, Abelino Cantos, piensa que ‘un tonadero no debe perder la esencia, la música cuyana no es comercial, pero forma parte inseparable de nuestra casa, nuestras familias, en la plaza, en la calle, en un bar. Es una herencia infinita y una riqueza incalculable que se atesora en el corazón’.
‘La primera vez que vine a San Juan, a principio de los ’90, los amigos de mi papá me invitaron y aprendí cómo el espíritu de la amistad prevalece por sobre todas las cosas’ cuenta Villavicencio, hijo del gran cantautor sanjuanino.
Y así continúa la serenata, con decenas de canciones durante el almuerzo y después en la sobremesa. El sol se despide por los cerros y el frío del atardecer se hace sentir más al pasar las horas, pero las guitarras no callan hasta ver la luna en lo alto. Las sabias palabras de Villavicencio padre son muy certeras cuando ‘el corazón se quiere quedar’…. resulta larga la despedida entre los amigos cuando deben decir ‘adiós’. Sin embargo, esas mismas guitarras volverán a encontrarse muy pronto, para vivir otro lunes de infinitas tonadas.
