Su imagen resultó absurda en extremo. Como salida de un libreto mal escrito. Subió el par de escalones con suma dificultad, tanto por el tembladeral de sus piernas como por el esmero puesto en no derramar la bebida que llevaba en un vaso generoso. Tomó asiento. Y empezó a vociferar sin interlocutor. Ofreció compartir su trago. Nadie siquiera lo miró. Provocaba cierto temor por lo indescifrable de sus reacciones ese pibe de no más de 20 años de edad.
Era noche cerrada y el reloj apenas había marcado las seis de una madrugada fría. Algunos comenzaban la jornada. Otros intentaban cerrar la del día anterior. Entre ellos, el muchacho ebrio que se mezcló con los que iban a trabajar.
Repentinamente, la borrachera sinónimo de diversión se había convertido en pecado digno de señalamiento. El chico era el mismo, pero había mutado de ambiente. Dejó el grupo de jóvenes con que había compartido buena parte de la noche y pasó al de los que habían puesto el despertador para cumplir obligaciones. Sólo entonces desentonó y, posiblemente, haya sentido el vacío social.
Un par de cuadras más adelante, otro vaso importante circulaba entre chicos y chicas en la esquina de Libertador y España. Y un joven hacía todo el esfuerzo porque no se le cayera la adolescente noqueada que llevaba en brazos, secundado por las veinteañeras que festejaban la travesura alcohólica.
Según la asociación Alcohólicos Anónimos, la adicción a este tipo de bebidas es una enfermedad progresiva que no puede curarse, pero que se puede contener. Con mucho esfuerzo. Ahora bien, como en toda patología, es necesario contar con la voluntad del sujeto para iniciar su tratamiento y lograr la recuperación.
En un mundo de alcohol sin tope, la ingesta descontrolada de estas bebidas resulta parte de una rutina. La ceremonia de "la previa" y el "yo invito (con plata de mis viejos)". La popularidad de "ser copado, loco".
Claro, en algún momento, cuando la diversión termina y suenan los despertadores, eclosiona el contraste. Y quien no puede con dos simples escalones, resulta aislado como un extraño. Porque lo es, en definitiva, a la luz del resto de sus pares. Entonces ya es tarde y doloroso emprender el camino de retorno.
