La patria es una extensión del corazón donde están nuestras propias raíces. Es algo más que un simple territorio, que el suelo hollando nuestros pies; que la bandera en ondas serenas imitando al mar y arrancando los colores del cielo mismo.
Pensar en la patria debiera ser para los argentinos algo más que un ejercicio poético, sino una vivencia particular que nos haga mirar el pasado desde una profunda reflexión hasta una colaboración incesante para labrar juntos un mismo camino. Sólo el trabajo salva los pueblos. Las manos laboriosas y la mirada siempre atenta sobre nuestros hijos y sobre nuestras pertenencias. Es ese sentido de pertenecer el que nos hace fuertes frente a los problemas y la angustia.
El pasado no vuelve; la memoria lo mantiene vivo en la medida que hablemos de él, que lo mantenga activo siempre con equidad y justicia en las opiniones porque el equilibrio es la virtud de los pueblos más honestos consigo mismo y más fortalecido por los obstáculos.
Se trata de un diálogo fecundo donde el disenso y la vertiente de opiniones provengan del respeto y de la experiencia. Instruir a los más jóvenes sobre hechos que sucedieron y que vivimos desde cada situación en particular debe ser una labor que padres y docentes desarrollen con idoneidad siempre desde el ámbito en el que les toca desempeñar sus tareas o en aquellos momentos en que sea preciso recordar. Más que nunca este año del Bicentenario. La pequeña historia cotidiana es fruto de un itinerario íntimo y la gran historia persevera en el destino de gloria que queremos para nuestra patria. Pero, ¿qué es la patria?. No puede definirse. Es un sentimiento que surge al calor de sentirse hijo del terruño, abrazado al acontecer con la mirada en el ayer pero las decisiones en el hoy y la previsión en el futuro. A veces la patria es un mero vocablo desgastado y en el nombre de él y de la democracia se invocan muchas significaciones. La semántica no sirve. Sí, los proyectos, las alternativas, las posibilidades de vida para los jóvenes; el cuidado de los ancianos y los minusválidos; el amparo a los valores más tradicionales. No es ésta la fórmula del éxito, cada uno tendrá la suya propia. Lo cierto que pensar la patria no debe convocarnos al ocio festivo sino al instinto más primario y más fuerte: conservar la especie y mantenerla reunida, activa, pensante con ese dramatismo que impone la misma vida pero con la serenidad de la tarea cumplida. Así lo piensan los países más industrializados y deben meditar aquellos otros que necesitan del trabajo solidario para seguir creciendo al alumbre de las acciones más positivas en favor de la unidad, la paz interior y el honor.
No es retórica vana; es una ruta de optimismo vital, de empuje en busca de nuestras propias esencias no sólo del pasado que muerde y que castiga. El odio es estéril y aveces impide transmitir lo que realmente pensamos que es legítimo y que nos impulsa cada día a una mirada interior que no debe tener resentimientos porque Argentina es tierra bendecida y de nosotros depende cambiar los hechos que la confunden y la llevan hacia la incertidumbre. Si pensamos, la patria es un espejo que vuelve y nos hace algo más que los símbolos, algo más que el azadón, la pala, el pico, los instrumentos de labranza junto a la alta tecnología. Es la tradición misma que nos habla desde el fondo de la historia para comprender que no debemos claudicar ante el pesimismo sino observar todas las bondades sin por ello reconocer errores y falta de iniciativa.
Pensar la patria. De pie y ennoblecida no rebajada por la violencia, por una juventud sin esperanzas; por una generación sin fe.
