Cuando José Libertella y Luis Stazo fundaron el grupo en 1973, de verdad pensaron que iban a durar 15 días. "¡Y todavía estamos girando por el mundo entero!", contrapone desde Buenos Aires en charla con DIARIO DE CUYO, el Maestro Mario Abramovich, que próximo a cumplir 84 años en octubre, es -junto a Eduardo Walckzak (80)- uno de los dos "originales" que queda en El Sexteto Mayor; la agrupación de éxito mundial, que el domingo pisará San Juan (ver aparte).
Violinista clásico y compositor, Abramovich se fundió con el tango ortodoxo -lenguaje natural en aquellas épocas, contará- en 1943 y trabajó en orquestas como las de Fresedo, D’Arienzo, Caló y Varela, hasta que integró el Sexteto Mayor, donde -entre otras cosas- comenzó a paladear a un Piazzolla "nada fácil de digerir" por entonces.
"Entré a los tres meses de que se formó el Sexteto… Recuerdo cuando debutamos en la casa de Gardel, un hito; y cuando tocamos por primera vez en el centro de la Capital, en Caño 14…. O la primera vez que fuimos a Europa en el "81 para inaugurar una tanguería en París, y cuando debutamos con Tango Argentino, un proyecto que era para hacer una semana en Francia y terminaron siendo 9 años en todo el mundo… Y el Grammy, claro", rememora lúcido este gran artista, que durante un año estuvo fuera del grupo, porque su trabajo en dos sinfónicas del Colón le complicaban la agenda. Pero volvió para quedarse.
"A veces recorro los álbumes de fotos que tengo y recuerdo cosas que estaban un poquito olvidadas ¿sabe?, cosas lindas, alegrías… porque hay que contabilizar las cosas lindas… lo malo no se cuenta", se explaya antes de soltar una risa el Maestro, quien sin embargo reconoce que las pérdidas que tuvo el combo -comenzando por la de Libertella, el alma mater- los sacudieron, y mucho.
"Hemos convivido muchos años… muchas veces estuvimos más que con nuestras propias familias; y cuando se produce eso queda una herida, pero hay que seguir. Uno ya está hecho a ese modo de vida… Es como el matrimonio, yo soy viudo, mi señora falleció hace cinco años y yo estoy vivo, entonces sigo. Con los muchachos pasó algo parecido", ejemplifica Abramovich, que supo amalgamarse muy bien con "la nueva guardia" que ingresó al grupo y para quien la clave de la fama mundial que alcanzaron está justamente en esta continuidad con la que recorrieron todos los continentes, durante 9 años.
"Fuimos los que más viajamos en la historia de las orquestas", subraya orgulloso y sin petulancias el violinista, que escucha "con cierta curiosidad’ el tango electrónico, que sostiene que del esplendor de otrora, el único conjunto de fama que queda es el de Leopoldo Federico; y que asegura que hay buenos jóvenes valores, para quienes el tango -reivindicado- es una profesión.
Desde Edmundo Rivero al Polaco Goyeneche, pasando por Hugo del Carril, María Graña y Eladia Blázquez, varias fueron las voces que sonaron en compañía del Sexteto. "Todas" -corregirá él-. Pero no se casaron con ninguna, otro rasgo distintivo.
"Consideramos que si uno tiene un cantante, tiene que ser bueno, y si entonces ese cantante decide abrirse, se va y deja un agujero que no siempre se puede llenar. Y si es malo, es un lastre", explicará. Decisión sabia -asiente- que contribuyó a que nada torciera ese camino que trazaron hace casi cuatro décadas, que los sigue llevando por el país y el mundo, donde siempre son bienvenidos. "Sí, tuve mucha suerte", suspira modesto.
