La Ciénaga es un área nacional protegida, entre otros motivos, para resguardar sus paisajes, en el que se combinan cerros de distintos colores, verdes plantaciones, amarillos campos de maíz y pájaros de todo tipo. "Nadie podrá poner en duda que Dios estuvo allí esculpiendo cada piedra, cada loma, cada árbol y cada cerro del idílico paisaje. Es como un exótico diamante perdido en un brazalete", dice el libro Estampas Jachalleras sobre La Ciénaga. Y es en ese paraíso jachallero, ubicado a 181 kilómetros de la ciudad de San Juan, que se levanta una capilla en lo alto de una lomada, nacida la a luz de una promesa y que también se resiste al olvido, pues en el lugar apenas quedan cinco familias.
Se trata de la capilla de Nuestra Señora del Carmen, que al menos una vez al año revive en plenitud con su patronal. Está ubicada a menos de un kilómetro de la ruta y, según contó Rita Vega de Mihalic, su cuidadora, fue construida a mediados de los "60 por una "manda" (promesa) que cumplió Eberard Suizer, un hombre que pasaba sus veranos en el lugar. "La manda era que si ganaba un juicio, iba a levantar un templo en honor a Nuestra Señora del Carmen. Y como ganó, cumplió su promesa", dijo Rita.
El terreno lo donó Domingo Illanes, en cuya casa tenían la imagen de Nuestra Señora del Carmen, y al principio pusieron la piedra basal en la base de la lomada, pero después decidieron construir el templo en lo alto. Trabajaron obreros de Jáchal, de San Juan y vecinos de La Ciénaga que querían tener su oratorio. Trajeron piedras de la Cuesta de Huaco y de una cantera del lugar, llamada Agua de los Burros. Según contaron, parte de su mampostería es de esas piedras, complementada con ladrillos.
La primera misa la celebró el padre Illanes, pariente de la familia que donó la imagen de su casa, y desde entonces los acontecimientos religiosos dejaron de hacerse en viviendas particulares. En tanto, recordaron que el sacerdote aprovechó para ir casa por casa e invitar a las parejas unidas de hecho a casarse, ahora que tenían un templo.
Hoy, la mayoría del tiempo la capilla permanece cerrada, a la vez que preocupa algunos daños que el tiempo le va provocando, como filtraciones en el techo. Pero lo que nada podrá quitarle al templo es la majestuosidad del paisaje en el que fue levantada, ahí donde Dios se quedó a vivir.
