La película de 224 minutos de duración, adaptación de la novela de Margaret Mitchell, premio Pulitzer en su formato literario y cosechadora de 10 Premios Oscar; se proyectó por primera vez en Atlanta, el 15 de diciembre de 1939. Se trata de Lo que el viento se llevó, que mañana cumple 75 años convertida en una perla de la pantalla grande; pero como toda leyenda, guarda secretos que dejarían despeinadas a las señoras que se enamoraron de esa niña mimada que opta por utilizar su belleza para sobrevivir; y ese caballero dispuesto a todo por lograr su amor.
Su rodaje, que duró 125 días, tuvo varios pormenores: uno de los más sobresalientes es que tuvo 7 directores: Aunque fue George Cukor quien inició la filmación, fue apartado por presión de Clark Gable debido a la homosexualidad del cineasta que enlazaba con su, aparentemente, oscuro pasado. Parece ser que Cukor sabía que Gable había trabajado como gigoló en el circuito gay de la Meca del Cine. Así es que fue sustituido por Victor Fleming, hombre de pocas palabras que llegó a decirle a Vivien que tomara el guión y se lo metiera en su "británico trasero’. Pero sus problemas de salud provocaron que varias secuencias fueran dirigidas por Sidney Franklin, Yakima Canutt, Sam Wood, William Cameron Menzies y hasta por Selznick, que compró los derechos.
Y tela para cortar sobra. Que Gable estuvo a punto de no ser el protagonista porque el favorito era Gary Cooper, que no aceptó porque pensó que sería un fracaso. Que el lugar de Vivien Leigh fue disputado por 1.400 actrices a lo largo de 2 años de casting, entre ellas, divas como Katherine Hepburn y Joan Crawford, Lana Turner o Paulette Godard. Que fue el primer film en color en llevarse el galardón de la Academia a Mejor Largometraje. Que Gable vio cómo Robert Donat le arrebató la estatuilla al mejor actor por Goodbye Mr. Chips y únicamente Hattie McDaniel y Leigh se llevaron el anelado galardón. Y que ostenta el récord del film más rentable con 1.600 millones de dólares (ajustados a la inflación), por delante de Star Wars: A Tale of the Christ" (1925) que recaudó U$S1.450 millones.
El brillo de esta joya sumó al genio del diseñador de producción William Cameron Menzies, la banda sonora de Max Steiner y una infinidad de escritores al servicio del guión, "A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre" o "Francamente, querida, me importa un bledo", son algunas frases memorables de su guión.
Todo esto hizo de la historia de Scarlett O’Hara (una mujer con un coraje poco frecuente para una novela situada en 1861, que no duda en casarse por dinero para salvar a su familia, en el marco de la Guerra de Secesión), y el aventurero Rhett Butler; la cinta más ambiciosa de la industria cinematográfica de ese tiempo, que cautivó a la platea y le hizo un nudo en la garganta en la escena final. Agobiada por la pena -sus dos hijos mueren y su esposo la abandona-, Scarlett vuelve a Tara, la plantación de algodón de sus padres. Y es su expresión: "Mañana será otro día’, que resuena hasta el día de hoy, uno de los finales más conmovedores del Séptimo Arte, con ella regresando a la casa que la vio nacer, para volver a empezar.
