No quisiera que se quedara "en el tintero” mi reencuentro con la poesía mendocina a través de las obras de jóvenes autores de la vecina provincia, en ocasión de la Primera Feria del Libro Independiente. Precisamente en la charla que mantuve con el joven escritor A. Rosales, tuve la oportunidad de recordar al gran poeta mendocino Víctor Hugo Cúneo de cuya trágica muerte se cumplieron 43 años el 21 de noviembre pasado.
Conocí a Cúneo en 1962 en el quiosco que tenía en calle Las Heras, cerca de avenida San Martín. Cada vez que viajaba a Mendoza por razones familiares y literarias lo visitaba, le compraba algunos libros y él me dejaba hojear muchos más; al notar que mi inclinación por la lectura era preferentemente la poesía se interesó por saber algo más de mi. Se emocionó cuando le dije que era sanjuanino, su tierra natal que dejó siendo muy joven luego de obtener su título de maestro, según me confesó; que nació en Concepción pero nada más, nada respecto al pasado.
Coincidía conmigo en cuanto a mi admiración por el poeta peruano César Vallejo, y él me hablaba de Verlaine y de Rimbaud, sus ilustres predecesores en la bohemia, el alcohol y la poesía. Precisamente a Verlaine le dedicó su poema "Envío”: "ya ves Verlaine ni siquiera puedo imitarte, ni como lector ni como poeta, ya que no tengo ni una ventana donde refugiar la lluvia que vivo”. Cúneo había publicado un libro de poemas bajo el título de "El Nacimiento del Ciudadano”, en 1952 editado por D’Accurzio, el mítico imprentero donde, según me decían los poetas mendocinos, era la madera donde ponían sus clavos.
En otra de mis visitas, me sorprendió al invitarme a comer "un picado” en la pensión donde vivía, frente a la Plaza Independencia, esa plaza que una calurosa siesta de noviembre fue testigo de cómo se le iba la vida con las llamas. El encuentro fue una noche inolvidable, casi mágica: yo, sentado frente al poeta, admirado por los mendocinos, en la puerta de su dormitorio-biblioteca, donde tendía un catre entre las estanterías repletas de libros. Otra demostración de su afecto hacia mi o mis poemas, me brindó al obsequiarme las tres obras de César Vallejo: "Los Heraldos Negros”, "Trilce” y "’España aparta de mi este Cáliz”, de 12 x 17cm., edición peruana, de 1961 que celosamente conservo.
Podría decirse que el obligado cierre de su quiosco por decisión municipal en 1964, produjo un dramático quiebre en la vida de Cúneo, porque desde ese entonces y hasta 1969 se entregó al vino, la soledad y la poesía; se convirtió como tituló el diario Mendoza en "El habitante de las plazas”. Vivió, como decía Santa Teresa, sin vivir en él. Precariamente lo sostenían el vino, los libros y su pasión por la literatura. El hambre y la soledad de ese diario suicidio que había elegido, lo golpearon sin piedad.
Una noche, que prefiero no recordar, lo encontré por calle 9 de Julio antes de Sarmiento. Estaba muy mal, apenas me reconoció. Era un velero en la turbulencia de cemento y de gente, indiferente al paso del poeta.
El editor A. Burnichon, reunió todos sus textos en una edición póstuma que vio la luz en agosto de 1972 con el título de "Poemas”, quien gentilmente me obsequió un ejemplar.
De esa edición, vayan estas líneas del canto a su amada plaza: "Tú y yo plaza que estás en la tierra y en el aire. En esta tierra. En este aire. Que hacen mi soledad, sin siquiera con alguien que no llegará”.
(*) Periodista.
