Si a alguien le decían que existía un vino elaborado en San Juan hace 100 años y que estaba en condiciones de ser tomado, parecía una metáfora de la que usan los amantes del vino para describir sus sensaciones. Sin embargo cuando hasta el menos conocedor empezó a sentir aromas añejos, madera, vainilla y otras notas complejas que salían de la primera botella que se destapó en medio de la cena de la Cata de Vinos 2010, con un corcho que se desgranaba casi impidiendo su apertura, esa metáfora cobró vida. Una vida que le otorgó Don Santiago Graffigna cuando en 1910 elaboró un vino con unos 17 grados de alcohol para que su familia guardara para una ocasión especial.
Un hecho nada casual ya que en ese momento la patria cumplía sus primeros cien años. Lo que nunca debió imaginar es que sería abierto por su nieto Juan Graffigna del Bono para el Bicentenario.
Si bien la historia comenzó ahí hubo otros capítulos escritos. Sin ir más lejos, Juan se recibió en 1951 y en el 52 empezó a trabajar en la bodega de su nono como él lo llama hasta la fecha. Ya en ese momento recibió como consejo cuidar el Graffigna que llegaría a ser centenario y del que habían unos 16 pipones de 800 litros cada uno, otro poco en barricas y un resto en damajuanas.
Parte de este vino realizado al estilo del Oporto (con alcohol incorporado y añejado en barricas), se fue tomando en algunas oportunidades. Dos de ellas en los aniversarios de los 80 y 90 años de la bodega cuando se llenaron algunas botellas de medio litro para obsequiar a personas muy vinculadas a la venta de vinos.
Luego llegaría otro hecho inevitable, la venta de la bodega debido a que los herederos eran demasiados como para quedarse de acuerdo en los fines de la empresa. Así el 11 de enero de 1980, el tradicional establecimiento dejó de pertenecer a la familia para pasar a manos del Grupo Catena.
Unos días antes de que eso ocurriera Alfonso Barasi, primo de Juan, le preguntó que iban a hacer con el "Oporto" y tomaron la decisión de envasarlo para repartirlo entre los familiares en proporción a la participación accionaria.
"Los primeros días de enero ya casi no teníamos botellas y a las apuradas conseguí llenar cuatro mil y como la familia era grande le tocó poco a cada uno. En mi caso consumí algunas y otras las guardé pensando que yo podría llegar a festejar los 100 años de este vino, pero no estaba muy seguro. Por eso le entregué al Consejo de Enólogos una caja con 6 botellas para ser abiertas en el 2010 en una fiesta importante", cuenta Juan.
El le dio un cuidado especial a la partida que le tocó. Es que al tiempo de guardar las botellas -en el año 99 para ser precisos-, algunas comenzaron a gotear y decidió colocar el contenido en un botellón de 30 litros para llevarlos al laboratorio, analizar su estado, filtrar y envasar nuevamente.
Las botellas habían juntado mucha borra en todo ese tiempo por eso se realizó una filtración y se incorporó un poco de anhídrido sulfuroso para su conservación. Nada más, el resto era seguir esperando. Más aún cuando los análisis de laboratorio habían dado buenos resultados.
Fue en ese momento cuando se le ocurrió que con ese vino se festejaría el Bicentenario de la Patria y el Centenario del producto. El estado general del "Oporto" era muy bueno gracias a su graduación alcohólica ya que solo los vinos con más de 15 grados podrían resistir semejante historia en condiciones de ser bebido.
Sin exageraciones, el vino -que ésta cronista también tuvo el placer de degustar-, estaba impecable. Lógicamente de color marrón, pero con aromas que dejaba perplejo por su intensidad vinculada a los tantos años de reposo. Una boca corpulenta en la que la edad también se notaba. Todos los que llegaron a probarlo lo hicieron no sólo con los sentidos puestos en él sino también con una emoción que embargaba sin disimulo, sobre todo en aquellos que aprecian al vino como un "ser cultural".
Juan, el primer emocionado, junto a sus cinco hijos y 11 nietos (de un total de 15, sólo los cuatro más pequeñitos no asistieron) que habían llegado desde diferentes puntos para compartir este momento, abrió el cofre que había dejado en custodia de los responsables del Consejo de Enólogos, más otras botellas que llevaba para que todos pudieran probarlo (28 en total).
Ahí se decidió entregar dos al gobernador José Luis Gioja para que obsequie a la presidente cuando el vino sea declarado bebida nacional. El mandatario, como el resto de la gente a la que este vino tomó por sorpresa, demostraron su sentimiento y alegría por estar frente a un tesoro o una reliquia cultural.
El cofre que llegó al Centro de Enólogos llevaba las indicaciones precisas para que se abriera en una fiesta o reunión muy especial. "No estaba seguro, pero llegué y para mi ha sido un honor rendir este homenaje a mi nono compartiendo el vino. Tenía mucha ilusión con este momento por eso me acompañaron mi esposa Evelina, mis cinco hijos y mis nietos. Muchos de ellos tienen menos de 18 años y les aclare bien que cuando se sirviera el vino lo probaran".
Es más, el médico cardiólogo le había recomendado no asistir al evento porque estuvo con serios problemas de salud en los últimos días, pero él le dijo "yo voy sí o sí, pase lo que pase. Eso sí, le dije a mis dos nietas mayores que me acompañaran a recibir el premio por un vino Cordisco, porque son para lucirse como abuelo, una de ellas nació en Francia y la otra en Jujuy", relata con mucho cariño.
Muchos le habían recomendado que vendiera semejante producto ya que podía sacar buen dinero, pero él nunca quiso.
Juan es reconocido por sus pares como una gran persona y un profesional que ha dedicado su vida al vino, se ha modernizado a través del tiempo sin inconvenientes y hasta la fecha elabora productos innovadores, incluso espumosos de calidad; pero sobre todo como un amante de la cultura del vino a la que aporta no solo su experiencia sino también su herencia, como fue el caso de este "tipo Oporto".
