Un "todocampista’. Adentro y afuera de la cancha. Capitán sin cinta, bandera sin mástil… Si algo le faltaba para ser elevado al pedestal de los grandes de la historia del fútbol argentino, contra Holanda y en semifinales, Javier Mascherano eligió conmover a todos para terminar siendo él y 10 más. Así de claro. Porque cuando parecía que nadie llegaba, "Masche’ estuvo ahí para taparle la zurda venenosa de un tal Robben cuando fusilaba a Romero. Porque Masche, aturdido y todo, se levantó casi nocaut tras un choque en el aire para salir, para contagiar. Fue el partido más conmovedor de Mascherano por su entrega, por su corazón. Lo jugó con el alma, con la humildad de los grandes para estar pendiente de todos. Aconsejando a Messi, alentando a Romero, arengando a todos. A sus 30 años, muchos empezaron a mirarlo con los ojos del retiro pero Mascherano tenía pendiente esa cuenta que él mismo se encarga de recordar y de recordarse: un Mundial. Se comió frustraciones en Sudáfrica contra Alemania, el mismo rival del domingo, pero la revancha le está llegando a un gladiador de la vida.
No se le piden lujos, no se le pide fantasía, pero a la celeste y blanca, un tal Mascherano la riega con sudor. Está lejos de la calidad de Messi, mucho más de la velocidad del Kun o la potencia del Pipita, pero como lo demostró contra Bélgica, no se le achica a nadie. Siempre llega, siempre está. Clave, elemental. Indispensable para defender y para darle ese equilibrio a todos. Mascherano, el obrero del equipo, entró en la galería del corazón para los argentinos. Un todoterreno que siempre queda bien parado para estar de frente a la jugada. No se cansa, no se queja. Su bandera, es emblema. Es Mascherano y 10 más.
