Varias veces vino a San Juan, como parte del Ballet del Mercosur, que dirige su esposo, Maximiliano Guerra. Pero la de mayo del año pasado fue especial, porque era ella la protagonista. Carmen fue el ballet que la mostró en primer plano, secundada por el gran bailarín, en una gira muy especial. Fue entonces que el público -incluso el local- pudo reconocer a Patricia Baca Urquiza, admirarla y entregarle el merecido aplauso, que la bailarina de bajísimo perfil recibió conmovida. Cinco meses después -todavía fresca en los sanjuaninos su etérea y a la vez enérgica figura- se supo que la artista de apenas 34 años había sufrido un infarto mientras bailaba con la compañía en Buenos Aires. Y la noticia que sacudió a un país, también estremeció en San Juan. Menos de tres meses han pasado de ese evento que casi le cuesta la vida y que marcó un antes y un después para toda la familia. Hoy, alejada de los escenarios al menos por un año, contenida por "Maxi" -a quien nombrará mil y una vez-, por sus hijas Azul y Zoe (de 8 y 6 años), Micaela (hija de Guerra), familiares y amigos, Patricia se recupera.
Instalada en Mar del Plata (donde el Ballet acaba de estrenar Iván el Terrible), decidió hablar con DIARIO DE CUYO de este huracán que le pasó por encima. Una charla a fondo donde fluyó sincera, sensible, reflexiva y llena de fe.
– ¿Qué pasó?
– ¿Qué querés que te cuente?
– Todo
– (Risas) Bueno. Mientras bailábamos La última luna, a eso de las 19.45, me empecé a sentir mal, de golpe, como que no podía respirar, una presión en el pecho muy fuerte. Le dije a Maxi despacito "no doy más", pero me propuse terminar el pas de deux, que encima habla del último encuentro de una pareja que se ama mucho y ella al final muere… Las cosas de la vida… ¿tan loco no? Terminamos de bailar, saludamos al público y yo ahí ya me sentía muy mal, estaba descompuesta, mucho dolor en el pecho y no me entraba el aire, empecé a hacer todo como en cámara lenta. Le agarré fuerte la mano a Maxi, nos fuimos al camarín, que eran unas carpas, porque era un show al aire libre, y me tiré al piso. Maxi salió corriendo a buscar una ambulancia, vino el grupo de paramédicos de La Matanza, empezaron a revisarme, unos pensaron que no había comido bien, que me había bajado la presión… nadie se esperaba esto de una persona de mi edad, con mi estado físico y con el cuidado que le dedico a la nutrición… hasta que uno de los paramédicos, Fernando -que yo digo que es mi ángel de la guarda- decidió hacerme un electrocardiograma y ahí salió que había una irregularidad grande en la electricidad de mi corazón, y enseguida me pusieron suero y oxígeno. Mientras tanto, Maxi se cambiaba para bailar los tangos, porque "el show debe continuar" y él no creía que era algo del corazón, pensaba que me había bajado la presión, que estaba cansada u otra cosa. Le di un beso y le dije "estoy bien". Al final me entubaron y me subieron a la camilla, pero nunca perdí el conocimiento.
– ¿Estabas asustada?
– No, estaba sorprendida, atenta a lo que decían, por momentos decía "¿qué me pasa? ¿será algo grave?". Pero a la vez pensaba que si dejaban a Maxi que siguiera bailando era porque no había nada grave, porque había tiempo. Me llevaron al Italiano de San Justo, donde me hicieron estudios y en el análisis de sangre salieron muy mal las enzimas y ahí se diagnostica el infarto. Llamaron al Hospital Italiano central para una angioplastía de urgencia. Unidad Coronaria dijo que estaba lista, pero que la ambulancia tardaría 40 minutos en ir a buscarme; entonces Fernando con la ambulancia de La Matanza decidió llevarme. "No te preocupes que hasta que no vea que estás bien atendida y junto a Maximiliano no te voy a dejar", me dijo él, y me llevaron a Capital Federal.
– ¿Qué recordás de ese trayecto?
– La ambulancia iba tan rápido… Ahí sí pensé que tal vez se terminaba mi historia… Me puse a rezar y me di cuenta que no podía terminar la oración… como que ya me estaba perdiendo… Dediqué mis oraciones a mis hijas, pedí que todos mis ángeles fueran con ellas, con Maxi, con mamá, papá, mis hermanos, mis seres queridos (hace un silencio). Yo miedo no tenía, sí me daba mucha tristeza mi familia y rezaba por ellos.
– Finalmente llegaron al hospital…
– Sí, ahí ya llegó Maxi, que me sacó las puntas y la malla, porque yo estaba maquillada, con pestañas postizas, con zapatillas de punta… Tampoco le dijeron a él lo del infarto, porque no sabían cuál iba a ser el resultado, la evolución. Sólo le comentaron que harían un cateterismo, que iban a entrar por la ingle a chequear las arterias, que si estaba todo bien salía y si no, se quedaban a arreglar.
– Y entraste a quirófano, lúcida…
– Sí. Ahí me separé de Maxi, entré a quirófano como a las 23, siempre despierta porque en ningún momento me pudieron dormir, porque tenía la presión muy baja. Me acuerdo de todo. Me pusieron anestesia local en la ingle para que entrara el catéter. Me recibió el Dr. Berrocal y su equipo, unos divinos, por la contención y el cariño que me dieron, tan importante para uno en esos momentos. Cuando salí, vino Maxi y me dijo ‘¿vos sabés que tuviste un infarto?’. Ahí me enteré de lo que me había pasado.
– ¿Hubo riesgo de vida?
– Sí. Cuando el Dr. Berrocal terminó la angioplastía, todos los médicos lo abrazaban, como que se felicitaban, medio que aplaudían, como si hubiera terminado una guerra donde habíamos ganado nosotros. Al haber actuado todos tan rápido fue clave para que yo esté bien…
– Maximiliano dijo que estás viva de milagro…
– Si uno se pone a pensar fríamente lo que pasó… Vos fijate con las giras que hacemos nosotros, si esto hubiera pasado en otro lado… no sé si llego. Era mi momento de seguir acá. Fue muy grave lo que me pasó. Cada vez que médicos amigos ven la angioplastía, que la tengo en un CD, me dicen ‘guau, qué espalda tiene este doctor para haber hecho esto’. Era al todo o nada.
– El diagnóstico fue confirmado…
– Un infarto, sí. Se produjo una disección del tronco de la coronaria izquierda y ahí colocaron los cuatro stents que liberan droga. Es una disección coronaria espontánea, como que se desprende una capa de la arteria y se empieza a cerrar la luz, no entra sangre. Ahí es donde me da el infarto. El stent se abre como un globo y sostiene las paredes para que haya flujo normal. Por eso tengo este momento de sanación, no puedo hacer esfuerzos físicos porque el stent tiene que hacerse parte del cuerpo, "encarnarse’ diríamos, y que no haya ninguna complicación, que no se formen coágulos, ninguna obstrucción, ni nada. En noviembre tuve otra internación, me hicieron otro cateterismo de control porque es la única manera de saber cómo están por dentro los stents; y tengo otro en marzo. Cada vez que paso por eso me pongo de la nuca, muy nerviosa, porque me recuerda mucho al infarto y me estresa un montón.
– ¿Cuánto tiempo estuviste internada?
– Una semana, con mi hermana Mariana, otro ángel de la guarda que me cuidó todas las noches. Y Maxi, todo el día conmigo, se tuvo que desdoblar para contener a mis hijas, que no podían entrar a Unidad Coronaria, así que no nos pudimos ver por siete días… era la primera vez que nos separábamos tanto tiempo.
– ¿Te desesperaba eso?
– El Hospital Italiano es un hospital escuela, así que entraban muchos médicos, me revisaban, me hacían estudios, me preguntaban. Y yo preguntaba todo el tiempo. "¿Qué significa esto?’ "¿Por qué aquello?’ Todo era nuevo, mucha información. Yo estaba tranquila porque las chicas estaban con Maxi, con los abuelos, los tíos. Hablaba por teléfono con ellas y las escuchaba tan chiquitas y tan valientes. "Mamá cómo estás’, preguntaban. Escucharme las dejó más tranquilas. Ellas siguieron yendo al colegio y con sus actividades, para que no se modifique tanto su rutina. Y cuando volví a casa fue muy emocionante, pensá que me fui con mi bolso a trabajar una noche, las chicas se quedaron en la casa de una amiga, y de repente volvió papá solo y toda esa incertidumbre. Cuando volví veían que caminaba despacito, por el cateterismo en la ingle. Tenían lágrimas y no entendían qué les pasaba, estaban emocionadas y les explicamos que uno a veces llora de alegría…
– Qué sacudón para toda la familia…
– ¡Qué aprendizaje! Ahora las veo tan fuertes y tan valientes, cómo se preocupan, cómo me cuidan… Yo no puedo hacer esfuerzo físico, estoy medicada y las tres -Micaela, la hija de Maxi que tiene 17 años, Azul y Zoe, de 8 y 6- están pendientes de que tome las pastillas, que no haga fuerza, que no me agite, que descanse… Es muy loco que las niñas me cuiden a mí que soy el adulto… El infarto lo tuve yo, pero modificó a toda la familia.
– Dicen que lo que no mata, fortalece, ¿qué sacás en limpio de todo esto?
– Todavía no puedo descubrir exactamente lo que Dios me quiere enseñar con esta vivencia, pero ahora lo que siento es que cada cosa que uno hace la tiene que hacer sincera y honestamente, como si fuera la última vez. Realmente, como si fuera la última vez… (silencio). Bailar como si fuera la última vez, abrazar a un amigo como si fuera la última vez, besar más a los hijos, al esposo, decirle a la familia que los amamos, saber que nada es urgente, que todo puede esperar, saber delegar, dejar que nos ayuden, disfrutar. Detener la vorágine, la velocidad de las cosas, observar cómo crecen nuestros hijos, sus gestos… Siempre estamos con la locura del trabajo, el colegio, ordenar, limpiar, pagar las cuentas… Y cuando frenás de verdad y decís qué hermoso atardecer y ves la sorpresa en los ojos de tus hijos, el amor en los de tu marido que te mira… Eso me parece que es lo que vamos aprendiendo. O al menos es lo que estamos haciendo nosotros.
– ¿Quedaste con miedo?
– Antes sí, ahora no. Retomé terapia luego del infarto. Al principio me daba mucho miedo dormir, no quería quedarme sola a la noche, o a cargo de la casa, de las chicas; estaba un poco vulnerable. Pero ya salí con ellas a pasear, a caminar sola. Lo que sí me da un poco de miedo es estar lejos de mis médicos que están en Buenos Aires y yo en Mar del Plata, pero los puedo llamar por cualquier cosa. De a poco estoy mejor.
– ¿Te sorprendió que la gente se preocupara tanto por vos?
– Sí, muchas personas me llamaron o a Maxi desde un lugar de mucho cariño de verdad, ofreciendo ayuda, orando. Gente que por ahí no me conoce tanto y que se solidarizó con la situación familiar, no desde un lugar chusma, sino de real preocupación. Me sorprende que me quieran tanto.
– ¿Y ahora, cuál es el panorama?
– Tanto el Dr. Berrocal, jefe del servicio de Hemodinamia, como el Dr. Cagide, jefe de Cardiología del Italiano, me dicen "Patricia no sabemos la causa, no hay antecedentes de lo que le pasó’. Acá en Argentina creo que hay tres personas a las que le pasó lo mismo que a mí y en el mundo hay muy pocos, entonces no se puede hacer un pronóstico. Los médicos me dicen "Ténganos paciencia, queremos estar 100% seguros para permitirle a que haga ejercicio. No vamos a arriesgarnos con una persona de 34 años, con la salud que tiene’, porque yo no tengo nada, es algo tan raro… "Por ahora calcule un año, mínimo, de nada de esfuerzo físico, medicación y tranquilidad’, me piden, así que todo paz y amor. Y de aquí a un año veremos…
– ¿Cuánto te afecta?
– Es muy fuerte para mí no hacer nada de ejercicio físico. Yo desde que tengo uso de razón me muevo. Mi cuerpo expresa, entrena, larga energía. Por otro lado soy una persona súper pasional y cuando algo me enoja quiero gritar, y cuando algo me preocupa quiero solucionarlo y cuando le hacen daño a la gente que amo quiero darles piñas a todos.. ¡Y ahora nada de eso tengo que hacer! (risas)
– Recalculando…
– Sí (risas)… Lo que importa ahora es que estoy acá, con las chicas, con Maxi, con mi familia, con mis amigos, más unidos que nunca. Tengo un entorno de mucha contención…
– Pero…
– El estreno de Iván el terrible (el martes pasado) fue muy fuerte, muchas emociones encontradas. Acompañar a mi esposo, tener ganas de estar arriba del escenario, la admiración y el orgullo que me dan Maxi y mis compañeros… Lloré toda la noche. Además en el primer cuadro utilizan el vals Desde el alma, que es el que bailamos con Maxi en nuestro casamiento… Pero me permito vivir esas emociones. Mis hijas estaban al lado mío, muy pendientes de mi emoción, de la de su papá. Estamos todos como muy sensibilizados.
– ¿Te preocupa no volver a bailar?
– Tengo que ser honesta, sí me preocupa. No me desespero, pero ser bailarina me identifica. Patricia Baca Urquiza es bailarina. Vivo el día a día porque tengo que ser agradecida de Dios y la vida, pero también tengo que ser sincera: sí, extraño mucho bailar, volcar mi vocación en el escenario, el aplauso, el cosquilleo que sentís cuando está por empezar la función. A veces me dicen "Bueno Pato, hacé otra cosa", pero no voy a ser modista porque no sé ni me gusta coser, no voy a inventar otra Patricia. Yo quiero hacer algo que me encienda la luz interior y eso me pasa con la danza, no con otra cosa. Ahora voy a esperar, voy a ser obediente con los médicos, pero tengo fe. Muy dentro mío mi intuición me dice que voy a volver (risas).
