Ni la lluvia de la semana pasada ni la polvareda que levantó el viento Zonda el lunes anterior hicieron que Luis cambiara de idea. Ni de domicilio. Se quedó en la vereda de calle Estados Unidos, entre General Paz y 9 de Julio, su "casa" desde hace casi un año. Allí vive por decisión propia y, según él, sin molestar a nadie. Se definió como un hombre independiente y amante de la libertad que prefiere comer de vez en cuando y dormir a la intemperie antes que recibir órdenes o respetar horarios. Dijo que por ahora, y hasta que sus huesos se lo permitan, seguirá acostándose en el suelo y en compañía de los perros que no tienen dónde ir.

Dos colchones sucios, un par de camperas, un mate y dos tarros tiznados son las únicas pertenencias de Luis Mario, un hombre de 59 años que vive literalmente en la calle. Pero que no mendiga ni pide ayuda porque no tiene intención de cambiar de vida, a pesar de los intentos del Gobierno y de su hijo por darle un techo digno. "Acá yo puedo fumar sin que nadie se queje por el humo, comer a la hora que quiero o, si se me antoja, quedarme levantado toda la noche -dijo el hombre-. Me molesta que otras personas quieran que viva el ritmo de ellas. Capaz que cuando ya no pueda moverme por mis propios medios no me quede más remedio que aceptar las reglas".

Luis contó que hace un par de años el Gobierno lo sacó de la calle y lo llevó al hogar de ancianos estatal. Allí estuvo por unos seis meses hasta que no aguantó tener que cenar a las 20 horas y acostarse a las 22. Tampoco quiso vivir con su hijo, porque no quiere ser una carga para nadie ni despertar lástima. Por eso, a pesar de que hay días que no tiene qué comer, nunca sale a pedir comida. Aunque la ayuda le llega en forma voluntaria. Contó que la portera de la escuela San Martín o el pastor de la iglesia que está enfrente de donde duerme le dan sánguches, yerba y azúcar, y que se los acepta a cambio de cuidarles el auto; si no, no se los recibe.

Para don Luis, pararse del tacho que usa como silla es todo un sacrificio. El dolor de cintura que lo aqueja desde hace años es saldo de su profesión, y se ha vuelto insoportable. Por 37 años manejó un camión, hasta que la edad y los problemas de vista se lo impidieron. En esta etapa de chofer fue cuando aprendió a amar la libertad. Etapa que recuerda como la mejor de su vida. "Conozco cada pueblo de la Argentina como la palma de la mano porque yo hacía viajes por todo el país -contó, mientras hojeaba una revista de turismo-. Por eso sufrí tanto cuando tuve que dejar de manejar. En ese entonces también falleció la dueña de la habitación que alquilaba y me tuve que ir del lugar. Como no tenía trabajo, me quedé en la calle. Pero no me quejo de la vida que tengo. Si hasta vuelvo a manejar cuando alguna mujer no puede estacionar el auto y me da las llaves a mí para que lo estacione. ¿Qué más puedo pedir?"

De todos modos, Luis Mario no descarta la posibilidad de alquilar una pieza cuando comience a cobrar la jubilación. Pero sólo si le permiten mudarse con los amigos que lo acompañan en las buenas y en las malas: cinco perros vagabundos que duermen con él.