Vivimos un tiempo en el que las comunicaciones se hacen cada vez más fáciles, la tecnología avanza sin medir las consecuencias más allá de lo técnico; es cierto que desde cualquier lugar es posible descubrir lo que pasa en el mundo, incluso lo que se escribe, aunque con el riesgo del plagio; y que el encuentro entre habitantes de lugares antes muy lejanos ayuda al conocimiento, y a veces a la amistad. Pero nuestro tiempo no es favorable a poner límites, entre Internet, mensajes de texto y reproductor de mp3, el joven pasa horas en una dependencia que ya amenaza con dificultar el encuentro con el que está cerca, incluso lo que se llama "tecnoansiedad" se cree que interfiere la expresión de emociones. Un mundo reducido a la virtualidad puede limitar la interacción social, eso se suma al individualismo que se advierte en las formas de vida posmodernas. Formado en el individualismo, con las instituciones debilitadas, incluso la familia, el joven se conecta con el mundo no en forma directa sino desde un tecnicismo que actúa como intermediario, en ese tecnicismo encuentra el "tú" con quien dialoga; eso ayudaría a entender que la falta de esa mediación técnica produzca ansiedad, que puede expresarse en actitudes violentas. Detrás del aparato hay alguien, el amigo, aquel con quien compartir sentimientos, en una distancia muchas veces insuperable, con el riego de hacer a ese alguien reemplazable por cualquier otro que aparezca en el vínculo tecnológico. Casi un producto de la tecnología, un interlocutor lejano aparece despersonalizado, alguien que responde cuando el que llama necesita una respuesta, y desaparece cuando su respuesta no es necesaria.

Si hay "tecnoansiedad" por la interrupción de largas comunicaciones, parece que esas comunicaciones no fueron reales o no dieron satisfacción, por lo tanto se necesita la permanencia constante del estímulo comunicativo para dar sensación de encuentro; pero si detrás de la aparatología no hay alguien que dé un mensaje personal, que exprese su sentimiento y su yo personal, se hace reemplazable por cualquier otro; se está frente a un mensaje no frente a un tú.

La solución no se enfoca desde la supresión de la tecnología, ya no se podría y además limitaría posibilidades de encuentros verdaderos, de amistad sincera basada en el descubrimiento del otro como es, y la adquisición de conocimientos; más bien la pregunta es por qué se cae tan fácilmente en adicción, se pierde el dominio de sí mismo, se sigue lo que hacen los demás sin un modo propio de hacerlo, dentro de límites naturales.

Cómo analizar este tema desde un marco teórico adecuado. Erich Fromm distinguió dos formas de vincularse con otros, ser y tener. Un "tecnoamigo" puede lanzar un mensaje electrónico buscando tener alguien más allá que responda cuando tiene necesidad de respuesta; lo cual no significa ser amigo de alguien, solo tener una amistad. Cuando se siente la necesidad de tener, amistad en este caso, no de ser (amigo), se piensa en sí mismo más que en el otro, por eso el otro empieza a ser reemplazable; cuando la relación afecta al ser propio, no se reemplaza al otro porque sería reemplazarse a sí mismo. El tener no satisface, por eso necesita la permanente presencia de estímulos hasta la adicción, el ser modifica al sí mismo hasta lograr una verdadera identidad, sabe quien es él para el otro y quien es el otro para sí mismo. Esa distinción, ser y tener, puede ser difícil de entender hoy en la cultura del tener cada vez más, aun sin necesidad, hasta casi identificar ser con tener; eso limita la posibilidad de conocerse a sí mismo, y así poder encontrarse realmente con otros.

Tener es algo que pasa en la vida, ser es una forma de identidad.